¿Y quién defiende al feto? 

Alberto Ordóñez Ortiz

El debate en la Asamblea Nacional del proyecto de la ley sobre el aborto, ha alcanzado desencuentros que por su virulencia han devenido en posturas que al momento resultan antagónicas e irreconciliables. La sectaria tozudez de las partidarias (o) y opositoras (o) se ha constituido en un muro infranqueable que impide una discusión civilizada y razonable, medida básica para todo posible entendimiento. En este punto, la célebre frase del Oráculo de Delfos que proclama: “Nada hasta el extremo”, cobra inusual vigencia, porque pone de relieve que los extremos no son, para nada aconsejables y que, el valor conceptual de esa afirmación, ha superado –por su irrefutable solidez- la ciega polvareda de los siglos.  

Entre tanto, nos encontramos frente a la postura que afirma que la mujer es dueña de su cuerpo y que solo a ella le compete decidir sobre el destino del feto concebido por violación o causas paralelas; y la otra, que sostiene que, por encima de toda consideración, debe prevalecer “el regalo de Dios representado por la irrepetible maravilla de vivir”. Respecto de cada postura, no hay términos medios. Sin tomar partido por nadie, es interesante subrayar que, en el caso de las defensoras del aborto, ninguna se ha dado el trabajo de pensar que habría pasado si sus madres en período de gestación hubieran escogido el aborto en circunstancias en que ellas eran el feto; pues que, jamás habrían existido y jamás se habrían integrado a ese glorioso milagro mayor que llamamos vida.  

Bueno, más allá de ese diálogo de sordos, cabe que nos preguntemos: ¿En qué momento el feto empieza a vivir? Y la respuesta tanto científica como legal fluye cuando pregonan que: “la vida se inicia a partir de la fecundación del óvulo por un espermatozoide, momento en el que surge un nuevo ser humano distinto de todos los que han existido antes, existen y existirán en el futuro” Y otra pregunta: ¿En todo ese enredo qué culpa tiene el embrión? Y una más: ¿El feto que su futura madre se niega a defenderlo, quién lo protegerá? ¿Usted? ¿Yo? ¿Los derechos humanos? La naturaleza defiende la vida sin detenerse a indagar por su origen. Y la pregunta final: ¿En todo el ancho mundo quién le llorará? (O)