Agua de carnaval no hace mal…

Tito Astudillo y A.

Con el mismo espíritu, intencionalidad y guión, los carnavales son celebraciones que se repiten casi universalmente, aunque, cada vez, con más características específicas del lugar que les confieren identidad como, el Carnaval de Río, el Carnaval de Guaranda, el Carnaval de Cuenca y así, en cada conglomerado, con nuevas formas y motivos que van moldeando una identificación festiva que trasciende y le hacen cosmopolita.

Herederas de las saturnales romanas, las bacanales y estas de las dionisíacas griegas mantienen aún ese aliento de licencia y actitud permisiva que se manifiesta en un proceder individual y colectivo de locura y hasta cierta provocación justificada –aguas de carnaval no hacen mal- y todos con derecho de mojar a todos que caracteriza nuestros carnavales ancestrales, -agua o peseta-. Con globitos o baldazos, zambullidas y harinas, cariocas, papel picado o serpentinas; un brindis, convites y hartazgos, jolgorio, disfraces y baile en familia o comunal que, a la larga, han moldeado una cultura carnavalesca que, incluso se oferta como un producto turístico interno y externo. Nuestro carnaval, el de los cuatro ríos, manteniendo ese espíritu colectivo e intencionalidad permisiva, con características propias de festividad y gastronomía típica en un marco bucólico y de dadivosidad, es una tradición festiva que nos identifica y se perfecciona como un producto turístico.

Más cercano, en la intimidad rural, destacamos tradiciones de carnaval en las que trascienden ritos y costumbres ancestrales locales como, en el Carnaval de Jadán, “Los bailadores del chivo”, acaso, reminiscencia del Pucara, ritual de las comunidades de la microcuenca del río Jadán, ya abolidas, que posiblemente se rememorar en estas esporádicas comparsas con atuendos de piel de chivo que a ritmo de pingullo, concertina y bombo anuncian, recorren, visitan, se entrometen, cantan, bailan, comen, beben, meten bulla y “arman chivo”, para alegría de propios y extraños, a la voz del carnaval. (O)