En el corredor de la muerte

Alberto Ordóñez Ortiz

Tiene ochenta y tres años. Es el más viejo de la cárcel del corredor de la muerte (zona para los condenados a la pena capital) del estado de Florida de los EE.UU., a quien se le dispuso la aplicación de inyección letal sin fecha determinada, ¿Por qué esa tétrica incertidumbre para un anciano en los últimos días de su vida? Es ecuatoriano y está preso desde el 2007, esto es durante 15 años de una agonía extrañamente marcada por la incertidumbre. Durante el tiempo que le permiten, ha recorrido la prisión de cabo a rabo. De día y de noche. De mes en mes. De año en año. De quinquenio en quinquenio. Dice conocerla más que a la palma de su mano. Se le acusa –sin ninguna prueba que lo demuestre- de ser el autor de un cuádruple asesinato, conocido también con el sonoro nombre de “los crímenes de Bartow”. ¿Eufemismo para disfrazar el criminal tejemaneje de un jurado integrado por parientes de los asesinados? ¿O qué? No obstante, con tres votos de los jueces que proclamaron su inocencia y nueve en contra, fue grotescamente condenado, pese a que para el caso se exige el voto unánime de los jueces. 

Su abogado, –Greg Eisenmenger- sostiene que hay “pruebas concluyentes que lo exoneran”. Allí está –afirma- la evidencia de los testigos oculares que niegan su participación; allí, la que prueba que el día del asesinato que ocurrió en Florida, el sentenciado se encontraba en Atlanta. Así las cosas, se trataría de la venganza de aquellos jueces emparentados con los ejecutados, sin excluir, desde luego, el menosprecio –excepciones de por medio- con que usualmente somos tratados los latinos, considerados por muchos como seres de razas inferiores. ¿Nuevamente un rasgo del fascismo hitleriano?  Sorprende que, en los EE.UU., país que se autoproclama como el más demócrata y respetuoso de la ley, ocurran tan crueles y abominables atropellos. 

Además, el condenado, según su hijo Francisco, está ciego, sordo y sufre de graves dolencias cardiacas, “sin que sea atendido”. En el corredor de la muerte, Nelson Serrano, nuestro compatriota, está irremediablemente condenado a morir. Sus vacilantes pasos resuenan en los impávidos oídos del mundo. ¡Sí! y resuenan justamente en el pasillo de la muerte.  (O)