«El Padrino» sigue proyectando su luz y sus sombras sobre Nueva York

Nueva York.- En el púlpito de la antigua catedral de San Patricio, en el barrio italiano de Manhattan, se rodó una de las escenas más memorables de «El Padrino», cuando Michael Corleone (Al Pacino) se convierte en padrino de su sobrino y de la Mafia, mientras son asesinados los capos de las familias que controlan el lado más tenebroso de Nueva York.

El próximo lunes se cumplen 50 años del estreno de esta película mítica. Francis Ford Coppola había logrado embarcar al gigante Marlon Brando (Don Vito Corleone), al desconocido Al Pacino, a James Caan (Sony Corleone) y Diane Keaton (Kat Adams) entre otros muchos, en un proyecto en el que prácticamente solo Coppola y el escritor y guionista Mario Puzo creían, para convertirlo en una joya shakespeariana de la gran pantalla.

El tiempo no ha pasado para una película que ha dejado en el acervo popular de medio mundo frases como «le haré una oferta que no podrá rechazar» o «no es personal, son solo negocios», aunque sí que ha pasado por la Mafia neoyorquina, que en las décadas de los 80 y los 90 del siglo pasado acabó perdiendo el pulso con las fuerzas de seguridad y la clase política por el control de los hilos que manejan la metrópoli.

REALIDAD Y FICCIÓN CONFLUYEN EN «LITTLE ITALY»

«Little Italy», el barrio italiano de Manhattan, tampoco es el superpoblado distrito que en los años 30, con casas insalubres y abarrotadas de inmigrantes que huían del hambre y la pobreza de Italia, vio el surgir de los gangsters italo-americanos, la «Mano Negra» o la «Cosa Nostra».

Pero entre las decoraciones festivas para atraer a los turistas, las tiendas de recuerdos y las innumerables terrazas y restaurantes italianos que hoy inundan el barrio, se mezclan los lugares míticos de la historia real de la mafia italoamerincana y de la ficción de la gran pantalla.

Joel, guía turístico de «Metro NYC Tours», desvela a un grupo de curiosos algunos de los secretos que esconden las calles Mulberry, Mott, Kenmare, Hester o Prince, desde la vieja catedral de San Patricio donde Michael Corleone renuncia a Satán mientras mata a sus rivales, hasta el restaurante donde el 7 de abril de 1972 fue asesinado el gangster Joe Gallo y cuyo nombre «Umbertos» aún se puede leer, si se presta atención, frente a la puerta del actual restaurante situado en la calle Mulberry.

En el mismo barrio, en la calle Mott, se encuentra la ficticia compañía de aceite de oliva «Genco» de Vito Corleone y, enfrente, el lugar donde el capo fue a comprar unas naranjas cuando un matón del narcotraficante Virgil Sollozo intenta asesinarlo sin éxito, y que ahora es parte del barrio chino de Manhattan.

No muy lejos de ahí se encuentra también el local que albergaba el club social «Ravenite», que durante décadas fue el cuartel general de la familia Gambino, una de las cinco familias reales que impusieron su ley en la ciudad junto a los Bonano, los Luchese, los Colombo y los Genovese.

Y también el local «The Mulberry Street Bar» donde se rodaron escenas de la tercera entrega de El Padrino, del largometraje Donnie Brasco o la serie «Los Sopranos».

«En este paseo turístico puedes apreciar dónde la realidad y la ficción difieren y donde se superponen», dice a Efe Joel tras concluir la visita de dos horas.

EL TORTUOSO CAMINO HACIA EL OLIMPO

Pero la creación de esta película, considerada por muchos como la mejor de todos los tiempos fue un camino plagado de espinas, con problemas de presupuesto y agrias discusiones entre Coppola y la productora Paramount, que había comprado los derechos de una novela inacabada de un Puzo que necesitaba desesperadamente dinero.

Con mucho esfuerzo y paciencia, acompañados de miedo a ser despedido y continuos quebraderos de cabeza, el joven Coppola consiguió que el proyecto inicial, que tenía dos millones de dólares de presupuesto para una película de una hora y 45 minutos de duración, acabara en una historia épica rodada entre Nueva York, Sicilia (Italia) Las Vegas (Nevada) y Los Ángeles (California) de dos horas y 55 minutos y un coste tres veces mayor que el presupuestado.

A Coppola le costó sangre, sudor y lágrimas convencer a los productores de incorporar en el proyecto a Brando, que no solamente ya no era la joven estrella que en los años 50 había hechizado Hollywood, sino que arrastraba el estigma de ser un actor que se había abandonado a sí mismo y con el que era muy difícil trabajar.

Tampoco fue fácil convencer a Paramount de la idoneidad de Al Pacino, que a pesar de haber ganado un premio Tony de teatro, era un gran desconocido en la gran pantalla.

Pero la obstinación de Coppola, que desde el principio tenía en su cabeza esta historia sobre la Mafia escrita y dirigida por primera vez por italoamericanos, logró, poco a poco, derribar muros y abrir ventanas para dar luz a esta obra mitológica del claro oscuro, que se hunde en la cara oculta del sueño americano, el triunfo económico a toda costa.

«I believe in America» (Yo creo en los Estados Unidos), es la primera frase de la película, que se escucha todavía con un fondo negro y que pronuncia Amerigo Bonasera, dueño de una funeraria en Nueva York, como arranque de un discurso en el que acaba pidiendo a Vito Corleone que haga justicia y asesine al hombre que ha abusado de su hija. EFE