Totalitarismo genético

Alberto Ordóñez Ortiz

El mundo se encuentra frente a una revolución científica y tecnológica sin precedentes. Las fronteras de avanzada son superadas de un día para otro. De pronto lo actual se vuelve anticuado. La sensación de que somos rebasados sin tregua, nos lleva a concluir con Louis Pauwels que todo ocurre con tal celeridad que, en menos de un parpadeo “somos nuestros propios bisabuelos”. La ultra conciencia se ha tomado el mundo y lo maneja a su antojo. En todos los frentes la palabra imposible pierde estabilidad y firmeza. 

Con el Premio Nobel de Química concedido a las investigadoras estadounidense y francesa Emmanuelle Charpentier y Jennifer A. Doudna, en su orden, la ciencia habría llegado a ese confín que rebasa todo lo inimaginable: el método de “cómo reescribir el código de la vida”, que en buen romance significaría corregir la plana mayor de lo que hizo la naturaleza –y para los creyentes- de lo que hizo Dios. Es decir, ese insólito punto de avance que rebasa todos los logros genéticos alcanzados. 

Nadie se ha atrevido a tanto. Nadie. La conquista científica nos coloca de cara al más hondo abismo de nuestra historia. Cierto que resultará altamente beneficioso si se corrigen enfermedades como la diabetes, el cáncer, etc. etc., en tanto que alcanza complejidades insondables cuando con su aplicación se podría crear seres geniales, belicistas y un vasto etcétera y todo, en función del arbitrio de los dueños del poder. Una humanidad presa de un totalitarismo genético, mecánico, predestinado. 

El descomunal avance nos enfrenta a problemas también descomunales, como los éticos, religiosos y todos los que van por esa interminable ristra y, sobre todo, nos remite a esta abismal pregunta: ¿Quién decidirá lo que se debe corregir genéticamente? Frente a estos avances, cobra vigencia la sensación de que las fronteras de la ciencia han sobrepasado su circunferencia y nos han situado frente a dos opciones infinitas: hacia lo positivo y hacia lo negativo. El primer supuesto, nos conduciría a cotas de desarrollo nunca antes registradas, en tanto que el segundo, a una suerte de auto terrorismo que podría poner punto final a la humanidad. Una batalla en que nadie sabe quién resultará triunfador.  (O)