Jaime Correa Iza

Leonar Durán

Año de nacimiento: 2022. Día: no hay registro. Mes, tampoco. Signo del zodíaco; peor. No consta en el Registro Civil.

Padres: posiblemente concebido en la tierra del Astillero, parido en el páramo y amamantado desde algún país de la belga.

Es un Frankenstein criollo, engendrado en una noche terrible de amor politiquero, no entre dos sino entre tres presuntos enemigos entre sí.

Dicen que el uno vestía guayabera blanca; otro, camisa intercultural; y el otro, poncho, usado como carpa para que nadie viera sus contorneos.

Ha crecido en un santiamén. No tiene bigote. Sonríe al estilo hiena, y entona el pingullo según la ocasión.

Casi no ha gateado; pero quienes lo conocen, dicen que es número uno para los berrinches. O sea, a imagen y semejanza de sus engendradores.

Y lo que es peor: comentan que tiene el don de la ubicuidad. Al tiempo que está en el llano comiendo caviar, está en la altura saboreando yaguarlocro, y en el oriente tomando agua de guayusa, disfrazado de antiminero.

Dicen que a veces se niega a sí mismo, que reniega de sus padres; o que estos, igual lo desconocen, aunque sea para aparentar.

Pero de que ya hace diabluras, nadie lo niega. Sin vacunarse contra el cinismo, un día amanece conciliador, aconseja cómo ha de gobernarse; al siguiente, vocifera, maldice a medio mundo, se olvida de sus pecados mortales; y maquina amnistías para violentos, secuestradores, incendiarios y destructores de bienes públicos y privados.

Pero si parece un santo, un incorrupto, un demócrata, un “no quiebra un huevo”. Se atribuye trabajo ajeno, boicotea todo, parla hasta con el diablo, a hurtadillas arma comisiones para levantarse con el poder de los poderes. Con este objetivo arma juicios políticos, organiza la camorra para cambiar el orden del día de las sesiones; también el de aquellos procesos ya establecidos.

Para esto, a veces asoma como derechoso, o sea un “cristianosocial”; en otras como izquierdistoide o “sociolisto”; en otras como “indigenostoide” y “mariateguistoide”.

Busca atacar a patadas, levantarse con el santo y la limosna a pretexto de querer, a la fuerza, confesar a la sacerdotiza que le niega agua bendita o no santifica sus pataleos.

Serrucha el piso al gobierno. Cuenta con el apoyo soterrado de polillas para este juego sucio.

Camina luciendo sus rulos, exhibe su colección de guayaberas, y se pone sombrero de lana. ¡Mucho cuidado! Por su ADN puede marcar la hora más negra de la república. (O)