Desencuentro nacional

El sentido de país parece haberse perdido si vemos la vorágine de reclamos, amenazas y protestas a nivel nacional.

En democracia es justa y saludable la expresión del descontento popular.

Empero, hay una especie de “corporativismo” en los reclamos. Cada colectivo reivindica lo suyo. Lucha por su parcela. Tiene sus propias consignas y persigue, así sea a la fuerza, la atención del Estado.

Eso tampoco tendría nada de malo. Sin embargo, permite ver unos pocos árboles y no todo el bosque; peor si no se tiene plena conciencia de cómo anda el país; y más todavía si tras los reclamos se esconden otros intereses.

Gobernar un país como Ecuador no es fácil; nunca lo ha sido, ni lo será. Hay acumulados problemas de fondo, y cada vez surgen otros; ni se diga las justas demandas de los diversos sectores ciudadanos.

Un gobernante no tiene una máquina de hacer billetes; tampoco es un mago. En el caso ecuatoriano, ni siquiera puede emitirlos por la dolarización de la economía.

Las propuestas del gobierno en materia económica no cuajan en el poder legislativo. Aquí parece funcionar una cuadrilla de demolición cuyo norte, no precisamente es el país, sino sus visiones cortoplacistas, electoralistas, además de los personalismos, cuando no el retorno de los corruptos.

Más grave aún, desde esa función no hay propuestas en firme sobre cómo, por ejemplo, afrontar la crisis económica en su conjunto. La ignora. Como contrapunto aprueba más erogaciones sin financiamiento, si bien los beneficiarios tienen derecho.

Mientras más de 6 millones de desempleados claman por trabajo, las centrales sindicales, igual, se oponen a todo. Su compromiso de diálogo se hizo agua y vuelven a las calles con las mismas consignas. La realidad del Ecuador actual les importa poco.

El mismo camino sigue la Conaie. Ahora su “caballo de Troya” es la nueva ley de Recursos Hídricos.

Cada colectivo interpreta la ley y la Constitución a su manera. Exige más. Quieren gobernar sin haber ganado la presidencia de la República; y tienen contra la pared al gobierno y, de paso, al país también.