De ángeles y milagros

Jorge Dávila Vázquez// RINCÓN DE CULTURA

En 1995, por la generosa bondad de Rómulo Monsalve, publiqué un librito de lujo: ACERCA DE LOS ÁNGELES, edición trilingüe  -español, inglés, francés, con traducciones de Richard Boroto y Alain Chaudron y Anne Chevillard-, diseño de mi hijo Juan, profusamente ilustrado, en papel couché, es decir un sueño irrepetible.

Lo prologó Monseñor Luis Alberto Luna Tobar, que mostró un gran amor por el volumen, en su bellísima introducción. La mayoría de los textos eran cuentos, pero no faltaba alguna prosa poética, como LA VIRGEN DE QUITO.

Decía Luna cosas tan emotivas como: “el ángel no ha desaparecido. Está en donde hay humanidad. Sentir esa humanidad en todos los órdenes de la realidad que nos circunda y en la personal con la que nos definimos, es categoría especial, arte singular, predestinación… (el autor) las tiene y con ellas se asoma a todo ángel que descubre en el camino, que encuentra en sus peregrinaciones estéticas o que se le presentan en sus andanzas de cualquier día”.

Coincidía con la idea que planteo en la obra: hay ángeles en todo lado, y nos los topamos sin darnos cuenta, pero están allí, levemente enmascarados en cualquier ser humano. A lo largo de casi 30 años, he mantenido esa idea, escribiendo numerosos relatos protagonizados por seres comunes y corrientes, que, sin saberlo, guardaban dentro, un ángel.

Hace unos días sufrí una caída, en una escalera eléctrica. Podía ser algo verdaderamente grave, pero, de pronto, surgió un hombre, fuerte, grande y de una ejemplar buena voluntad, que me rescató, sin mayores sufrimientos. ¿Quién era? ¿Por qué ese gesto solidario y benevolente con un desconocido? Creo que bien se podría pensar en su naturaleza angélica.

Meses atrás hablé en silencio con mamá -que en este año cumple 30 de su partida a la eternidad- y le dije que solo su continua plegaria a Jesús y su Madre, lograría librarme definitivamente del cáncer que me había atacado hace unos meses.

Estoy seguro que ella fue y se prosternó ante Aquellos que habían marcado su vida entera.

Los exámenes recientes, y la biopsia han demostrado que ya no tengo el grande y terrible mal. Acabó, pues, este drama tremendo con la intervención divina, gracias a esa madre a la que en vida consideré ya un ángel y que dejé constancia en el libro, en el cuento La Gorda. (O)