No nos deshonren

Leonar Durán

Este “Ecuador del alma”. Este Ecuador del “siempre y para siempre, ¡viva la patria!”. Este Ecuador del “Sí se puede”. Este “Ecuador profundo”, nada en un lodazal.

Desde cuándo permitimos que nos embarren, que nos echen estiércol, que nos consideren pusilánimes, que nos escupan en la cara, que nos coloquen como “inri” la palabra corruptos, que nos corten el ombligo una manada de ladrones de toda laya.

El Ecuador, pensado en otros lados tan solo como una línea imaginaria que divide al planeta en dos, es visto al revés. Su gente noble, honrada, trabajadora, emprendedora, ha sido puesta por debajo de las alcantarillas.  Estas, ahora flotan de cara al sol. Imaginaos, así.

Y en esa superficie pestilente las ratas están en su paraíso. Entre ellas se devoran, se prestan favores y hasta se dan fuerza entre sí. Se reproducen por millares, forman colonias con líderes a prueba de veneno para que nadie ose siquiera maldecirlas.

Y, ¡vaya desgracia!, con nuestros votos, con nuestras acciones y omisiones, con nuestro quemeimportismo, con nuestros rabos de paja, alimentamos a esas ratas, cuyas heces las permitimos que nos embarren.

Esas ratas visten de terno, otras guayaberas, gafas ray ban, bigotes engominados, vestidos importados, uñas acrílicas, pestañas y glúteos postizos, van en carros de lujo, entre ellas se quitan a los machos o las hembras.

Unas son negras; pardas, otras. Tienen dientes y uñas afiladas. Con sus hocicos roen todo a su paso. Con su rabo áspero, sus chillidos agudos y su olfato defienden su reino de inmundicia.

Están sobre la Justicia. Sacan de la cárcel a ladrones de los dineros públicos. Adoran a Barrabás, al mal ladrón. Se venden al mejor postor para tener llenas sus panzas asquerosas. Permiten la fuga de los corruptos y asisten a maestrías para adiestrarse en cómo acabar con el derecho, la decencia y la paz social.

Pululan en otras funciones del Estado, sobre todo en esa arca donde todo cabe, menos los honrados, los honestos.

Están allí, como en otros espacios, ratas lenguaraces, traicionando a sus propios vientres, defendiendo a los prototipos de la corrupción, permitiendo, bajando la cabeza, para, a costa de seguir en sus guaridas, seguir en el festín.

Por qué soportamos que estas ratas deshonren a la patria; que nos consideren parte de sus alcantarillas; que nos deshonren. ¿Hasta cuándo se las permitimos? (O)