El susurro de los libros

CON SABOR A MORALEJA Bridget Gibbs Andrade

Hace poco disfruté de una lectura deliciosa. De las que uno no quiere separarse por temor a que se esfumen los paisajes y personajes que ya deambulan por nuestra mente cuando, por necesidad, debemos descansar la vista.  

La autora y filóloga, dueña de una narrativa dulce y sensible hacia lo que le apasiona –los libros y la lectura- me llevó de la mano por las páginas de la historia del invento más preciado del mundo: los libros. “Los lomos gruesos de los libros de historia, como camellos en una lenta caravana, nos guían en la ruta hacia el pasado”.

“El Infinito en un Junco”, escrito magistralmente por la española Irene Vallejo, relata con sutil humor y emoción la aparición de los primeros libros, las formas que adoptaron, los materiales utilizados y las satisfacciones que nos convidan.

Absorbo sedienta las letras de sus páginas como un nómada en un oasis y me contagio de la seducción que las palabras, siempre han tenido sobre el ser humano; ya sea en tablillas de arcilla, en papiros, en pergaminos, en papel o en una computadora. “Cuando triunfó el nuevo material de escritura (piel), los libros se transformaron en cuerpos habitados por palabras, pensamientos tatuados en la piel”.

La escritura ha pasado por períodos que hoy damos por sentado. En un principio, se dividieron las palabras en el texto (originalmente iban todas seguidas). Después, surgieron las marcas (acentos y puntuaciones), guiando la pronunciación. Al final, los títulos y los autores.

Los libros han sido considerados como una señal de sabiduría o, como en el tiempo de la biblioteca de Alejandría, un botín de guerra. “Buscamos en su océano de letras, un mensaje embotellado para nosotros”. 

Anhelo que el siguiente párrafo persuada a las almas lectoras a leer esta maravillosa obra:

“Nuestra piel es una gran página en blanco; el cuerpo, un libro. El tiempo va escribiendo poco a poco la historia en las caras, en los brazos, en los vientres, en los sexos, en las piernas. Recién llegados al mundo, nos imprimen en la tripa una gran “O”, el ombligo. Después, van apareciendo lentamente otras letras. Las líneas de las manos. Las pecas, como puntos y aparte. Las tachaduras que dejan los médicos cuando abren la carne y luego la cosen. Con el paso de los años, las cicatrices, las arrugas, las manchas y las ramificaciones varicosas trazan las sílabas que relatan una vida”. (O)