La carretera de la desvergüenza

Jorge L. Durán F.

Olvido, incuria y hasta desprecio confluyen para tener la vialidad que tenemos en Azuay, la provincia que sí figura en el mapa de Ecuador, incluso en el vial y hasta en el turístico.

¿Qué crimen cometimos? ¿Contra quiénes nos alzamos? ¿Qué deudas tenemos? ¿Somos víctimas de alguna maldición? ¿Somos los infelices de la tierra? ¿Los olvidados por Dios? ¿O qué?

Son preguntas de los miles de usuarios que recorren la vía Cuenca-Girón-Pasaje, hoy por hoy la muestra más palpable de la desgracia vial.

La mayor parte de tramos ya no sirven. Por favor escuche “señor Gobierno”, señor Ministro de Transporte y Obras Públicas, ya no sirven. ¿Oyeron?

Bueno, presumamos que tienen alguna utilidad. Sí, pero son un peligro, un desastre, una muestra evidente de que a nadie le importa un bledo de que esa vía sea una vergüenza nacional.

Cuánto dinero, sobreprecios, manos sucias de fiscalizadores, de empresas constructoras, están soterrados, simbólicamente hablando, bajo los escombros que la destrucción de la vía deja cada día.

Sí, ya basta de hacerse los santos; de vivir de la destrucción de las carreteras azuayas para cada rato firmar contratos, subcontratos, incumplirlos, ampliarlos según los acomodos. Un suculento negocio.

Para desgracia nuestra, las fallas geológicas se reactivan, volviendo una especie de “olas” la capa de rodadura; hay socavones, grietas y hundimientos hasta para exportarlos. 

Este domingo se llegó al colmo. La falla ubicada en el sector Léntag, aquella que se “traga” todo lo que lo coloquen, impidió el paso vehicular por el carril sur-norte.

Inmensas filas de vehículos. Lo que nunca decía la gente, que no salía del asombro y de echar pestes con palabras impublicables.

¿Y? ¿Hasta cuándo “Padre Almeida? ¿Seguiremos esperando estudios tras estudios? ¿Quiénes; en dónde se hacen los estudios? ¿No nos ofrecieron construir el acceso sur a Cuenca?

¿Y? Sí; lamentándonos como siempre; como siempre quejándonos cada quien como puede. Mostrando la otra mejilla a quienes ni siquiera se comiden a poner un poco de lastre, a hacer siquiera “un raspado”, algún disimulo.

Cuando vienen a Cuenca nos halagan. Nos dicen qué ciudad para bella, qué calidad humana la de los cuencanos; qué azuayos para regios por ser herederos de la bravura cañarí; que intelectuales que son, si hasta merecen ser Ministros de Estado. ¿” Manteca en las orejas”?

Se van. Nos quedamos como antes. Viendo cómo se destruyen las vías; llorando “al pie del capulí”; esperando los estudios. ¿Hasta cuándo? (O)