El Cajas deslumbrante

Nicanor Merchán Luco.

Con una rodilla adolorida y una mochila se acerca la noche en el lugar más alto de El Cajas, rápidamente se arma una pequeña tienda y se prenden las linternas, un café humeante rompe el gélido frío, una pequeña lectura en una confortable funda de dormir. Antes del sueño invade el silencio y una oscuridad profunda abre “la boca del lobo”. Empiezan a asomar los demonios de la soledad, se escucha al viento, a los espíritus de la montaña, a los espíritus protectores de la naturaleza. Algo se escucha como si fueran objetos, como voces mágicas. Dan ganas de levantar el campamento y regresar.

Por fin el sueño vence hasta que se comienza a escuchar el delicado cantar del chaupau, el reloj marca como las 5:30 a.m., se abre la tienda de montaña y en la penumbra asoma un encantador amanecer, el frío congela los huesos, pero la naturaleza llama a estar en su compañía en sus primeras horas, nuevamente el café hirviendo y el paso de la oscuridad a la luz encuentra su significado filosófico y esotérico. De a poco en el alba empieza a salir el sol naranja a poco los primeros rayos se reflejan en las cumbres, el paisaje sencillamente espectacular. El espejo de las lagunas brilla sin cesar.

Las peticiones, las invocaciones, al Dios de la montaña, al Señor de la montaña, a los Apus para que nos acepten y den permiso dieron resultados, el amanecer es esplendoroso no hay ni una nube en el cielo, la belleza del paisaje es deslumbrante, un par de gavilanes sobrevuelan el lugar, la pasividad invita a meditar, el sol aleja al frío, la energía es desbordante no da ganas de moverse, realmente se destaca el paisaje. Hay coincidencias que son difíciles de entender, las montañas llenas de encanto hablan de muchas maneras, el resplandor es purificante.