El peor enemigo de la asamblea 

Mario Jaramillo Paredes

La Asamblea Legislativa tiene como principal enemigo a sus legisladores.  La mayoría de ellos se empeñan todos los días en destruir a este Poder del Estado.   Muchos de ellos- con baja preparación y convertidos en levantamanos-, siguen mostrando incapacidad para tratar con seriedad los temas que interesan al país.

Por esa pobreza de formación y falta de calidad es que en la totalidad de encuestas aparece como la institución que más rechaza la gente que, además, pide se reduzca el número de legisladores y se exija requisitos mínimos de preparación y experiencia para su elección. Los poderes ejecutivo y judicial tienen también una baja calificación, pero la Asamblea les supera de largo, y con razón.

Hay unos pocos legisladores que tienen calidad. Debaten, investigan y hablan. Los hay en todas las bancadas, pero son una minoría insuficiente para cambiar la imagen de este poder del estado.

La mala calidad de la Asamblea se ratifica en estos días en una lucha inocultable por tomarse el Consejo de la Judicatura y el Consejo de Participación Ciudadana, en vez de empeñarse a fondo en dictar leyes que posibiliten mayores fuentes de trabajo o en una lucha frontal contra la violencia que son los dos temas que mayormente preocupan a la ciudadanía.

Pero en vez de crear un marco legal que propicie la creación de empleos o permita la lucha frontal contra la violencia, alianzas impresentables como la de socialcristianos, correístas y una fracción de Pachakutic, buscan tomarse el Consejo de la Judicatura para desde allí nombrar jueces y buscar la impunidad de quienes están acusados, en unos casos y sentenciados en otros, por actos de corrupción. O, tomarse el Consejo de Participación Ciudadana para desde allí poner Contralor, Fiscal y otras autoridades de control que sean dóciles recaderos.

Tal como van las cosas es muy difícil, por no decir imposible, que la Asamblea cambie. Y sin ese cambio ninguna ley de las que el país necesita, se aprobará.  Mientras tanto seguiremos asistiendo a un triste espectáculo de legisladores que proponen robar bien o son incapaces de decir cuatro palabras coherentes. (O)