¡He aquí el hombre… que se fue!

Edgar Pesántez Torres

No sé cuándo ni quién me presentó al doctor Alberto Ordóñez Ortiz, así que ya había leído su novela “Con la mar al hombro”, de trama semejante a “Porqué vuelan las garzas” de Gustavo Alfredo Jácome, novela que me abrió las puertas a la lectura de su lírica de alta sensibilidad humana y vasto lenguaje metafórico, cuyos poemas vivirán más allá de la fatídica noche del 28 cuando se fue a morar en los Campos Elíseos.

“He aquí el hombre” es el título de uno de sus poemarios, con portada del techo de la Capilla Sixtina. Al abrir se presenta la figura enhiesta del autor y a hoja pasada la estrofa del agnóstico bardo: / “¿Y quién te rezara señor? / ¿Quién paseara tu corona de espinas? / ¿Y quién te perdonará? / ¿Quién? /. En el epílogo del poemario: / “Cuando ningún hombre quede, / ni haya una mejilla por golpear, / y la Tierra gire vacía/ y sola en el abismo, / ¿quién dirá?,/ aquí estuvo el mar/ aquí, su trenza delirante, / ¡y quién te rezará Señor?,/ ¿quién paseará tu corona de espinas? / ¿y quién te perdonará? / ¿Quién?”. /

¡He aquí el hombre!: el de pensamiento, actitud y acciones nobles, preclaro ciudadano para siempre en la memoria del pueblo a quién lo cantó y defendió. A sus dotes de vate le adornaron las virtudes de la humildad y sencillez, atributos que grabaron en su corazón un brillo especial y que se percibían en su aguda mirada. Baste su frase poética para para suscribir lo que digo: / “Éramos tan pobres, pero no lo sabíamos/ porque éramos felices” /.

Con Albertito departíamos lugares donde el empingorotado no acude, que fueron aulas donde nos narraba episodios de su vida y de la comunidad. En un lugar privilegiado de mi anaquel estarán sus obras que generosamente me concedió con sendas dedicatorias, entre ellas el poemario Un murciélago en el campanario: “Para Edgar y Melba, mis médicos de cabecera, en homenaje a su espíritu solidario y sin fronteras. Atte. Alberto Ordóñez O.”

Su muerte nos deja un dolor que nadie puede sanar, pero, el amor y la amistad que nos brindó, serán para la evocación que nadie la puede borrar. Por eso no le digamos ¡adiós!, que significa olvidarse y ello, mientras vivamos, no ocurrirá. (O)