Las ventanas de un mundo artificial

Aníbal Fernando Bonilla

Vivimos de paradoja en paradoja. En la era de las comunicaciones en medio de una marcada incomunicación. Todos hablan o gritan, pocos dialogan. La irrupción de las tecnologías de la información y la comunicación ha permitido una exponencial puerta de acceso a la vastedad del conocimiento, junto con la interactuación social. Pero también, la inundación de datos informativos alejados de la veracidad. Y de una avalancha de sobreexposición personal que banaliza la relación de los miembros de tales comunidades virtuales. Ya desde los ochenta del siglo XX se propicia esta extendida revolución tecnológica, como una absurda contradicción ante las asimetrías socio-económicas, sin que aquello sea óbice para que la población internauta -especialmente juvenil- crezca en una evidente dinamización telemática.

El individualismo en la globalización comparte el gran debate propuesto en torno a la reproducción en el uso -y abuso- de dispositivos informáticos. La sobremesa familiar o el otrora conversatorio entrañable con el abuelo contando historias fantásticas, es reemplazado por el chateo y emoticones. Otros códigos se superponen al convencional enfoque comunicativo. Los grupos internautas se imponen ante el debilitamiento físico-emocional que paulatinamente impide estrechar los nexos sociales de forma presencial. Esto se ahondó en el reciente episodio pandémico. Ya no nos abrazamos corporalmente, sino a través de las pantallas. Son otros modos de coexistencia que modifican y/o alteran ciertos valores culturales.

En La vida en las ventanas (Alfaguara, Colombia, 2016), Andrés Neuman narra la acción/evasión de Net en un mundo que gira alrededor de las redes sociales -en este caso del correo electrónico-, como una manera audaz y melancólica de expandir las soledades. ¿El emisor está consciente de su acto íntimo en la escritura? ¿El protagonista pretende evadir su realidad convulsa y sinsentido? ¿Los textos encriptados apenas navegan en nubes ficticias, sin que alcancen la culminación del periplo comunicacional?

Net insiste una y otra vez en su ejercicio epistolar sin que reciba respuesta alguna por parte de su supuesta receptora (Marina). ¿Acaso este personaje replica la condición del sujeto que envía mensajes sin que haya un destinatario recíproco en esta autómata sociedad? (O)