Zatti, un santo en bicicleta entre los más pobres de la Patagonia argentina

Fotografía cedida por el Archivo Histórico Salesiano de Argentina Sur que muestra a Artémides Zatti (1880-1951), conocido como "el enfermero santo de la Patagonia" argentina y que será canonizado el próximo domingo por el papa Francisco.

De bata blanca, prominente bigote, sonrisa afable, rosario en mano y en bicicleta: así es la iconografía de Artémides Zatti, el «enfermero santo de la Patagonia» argentina que será canonizado este domingo por el papa Francisco y que dedicó su vida al cuidado de la salud de los más pobres.

Hijo de campesinos, Zatti nació en Boretto (Italia), un pequeño pueblo a la vera del Po, el 12 de octubre de 1880, y, como muchos compatriotas de su generación agobiados por la pobreza, emigró en 1897 junto a su familia a la lejanísima Argentina.

Bahía Blanca, una ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires, fue su primer destino y donde conocería a los salesianos de Don Bosco, quienes admitieron a un veinteañero Zatti como aspirante en la casa de formación de Bernal, en la periferia de Buenos Aires.

Labor

Allí, cuidando a un salesiano enfermo, contrajo tuberculosis y, para poder recuperarse, en 1902 lo enviaron a Viedma, en la remota Patagonia argentina, sin saber que aquella ciudad sería para él tierra de misión y entrega.

En Viedma, Zatti conoció al sacerdote y médico Evasio Garrone, quien le propuso hacer una promesa a la Virgen bajo la advocación de María Auxiliadora: si sanaba, dedicaría su vida al cuidado de los enfermos del hospital San José de Viedma, uno de los primeros de la Patagonia. Y el «buen Dios» -como lo llamaba Artémides- hizo lo suyo.

«Creí, prometí y sané», relató alguna vez Zatti al dar cuenta de una curación que abriría las puertas a tantas otras entre los más pobres de aquella inhóspita comarca.

Tras convertirse en 1908 en religioso coadjutor de la Congregación Salesiana, Zatti quedó a cargo de la farmacia anexa al hospital, la única del pueblo, y en 1911, al morir el padre Garrone, se convirtió en el «alma» del hospital San José.

«Se queda allí durante 40 años, trabajando de forma muy simple y sencilla, en la entrega cotidiana no solo a las personas que estaban en el hospital, sino también que, con su bicicleta, visitaba el pueblo, llevando medicamentos, atendiendo a los enfermos en sus casas», cuenta a EFE Carlos Bosio, sacerdote salesiano.

Bosio fue el protagonista del milagro que permitió que en 2002 Juan Pablo II beatificara a Zatti. En 1980 estuvo al borde de la muerte por una septicemia en combinación con nulas defensas, pero despertó un día del coma, completamente sano, una gracia atribuida a la intercesión del «enfermero santo de la Patagonia».

El «amigo Zatti» -como lo llama Bosio- se tituló como farmacéutico y luego como enfermero, y labraba una relación cercana con los pacientes, preocupándose por su salud física pero también espiritual.

En su hospital tenían privilegios los pobres, que recibían atención gratuita, y aquellos enfermos que no eran queridos en otros lugares.

«La misma gente de Viedma lo llamaba ‘el pariente de todos los pobres’, lo cual sintetiza el cariño, la ternura, la cercanía y la ayuda concreta hacia cada pobre, cada enfermo», dice a EFE el sacerdote salesiano Pedro Narambuena, vicepostulador de la causa de canonización de Zatti.

Artémides, que adoptó la ciudadanía argentina en 1914, se levantaba al alba y trabajaba hasta entrada la noche, siempre con una sonrisa asomando detrás de su bigote.

«Cuando le preguntan cómo hace para estar siempre alegre, él responde que hay que saber ‘tragar amargo y escupir dulce'», señala Narambuena.

Pedaleando

Zatti no se encerró en sí mismo ni en su ardua tarea como director del hospital. Con su bicicleta, salía por el pueblo al encuentro de los vecinos.

«También se involucra con el Círculo Católico de Obreros, juega a las bochas (petanca), va a tomar un vino con los vecinos. Es un hombre con una pluralidad grande de iniciativas, todas de alguna manera al servicio del cuidado de la vida integral de cada persona», resalta Narambuena.

Zatti sencillamente pedaleaba la vida, con un empuje que, calladamente, le venía de un corazón centrado en Dios.

«Era un hombre de una rica interioridad y una espiritualidad muy sencilla pero muy profunda que lo llevaba a tener esa energía, esa pasión, ese gozo en el trabajo intenso», afirma Narambuena.

A mediados de 1950, Zatti se accidentó al caerse de una escalera y allí se vieron los primeros síntomas de un cáncer.

En su «sprint final» siguió sirviendo en el hospital hasta donde su enfermedad se lo permitió. Cruzó la meta el 15 de marzo de 1951, a los 70 años y casi medio siglo de servicio. EFE