Mujeres al borde de un ataque de miedo

Aníbal Fernando Bonilla

Una verdad de Perogrullo es que en nuestra sociedad el machismo se impone como una práctica arbitraria de comportamiento. Permitido sin mayor reparo. O solapado en su generalidad. No se reconocen las desigualdades ni se acepta la diversidad sexual y de género. Se invisibiliza -u omite- la heterogeneidad cultural. Se niega y reniega de las raíces étnicas, no obstante, que éstas edifican la interrelación social. Es imperioso la decolonialidad como desafío en la narrativa y lucha de los grupos afectados, con el aprovechamiento de los aprendizajes y la aplicación de una pedagogía adecuada. La vulneración de derechos se ha vuelto un procedimiento constante de entidades que deberían hacer lo contrario, esto es, garantizar los mismos.

El rol de los medios en tal sentido cobra valor, para transmitir tal pedagogía, a más de desnudar la hiriente situación con cifras, hechos e historias aún no reveladas. El periodismo debe ser el canal pertinente de verificación y contraste informativo ante la basura de “contenidos” que proceden raudamente de las redes (y provocan una retórica de odio manifestada en la misoginia, xenofobia, racismo, homofobia, transfobia). Por ejemplo, no se puede reducir el alcance comunicacional de un femicidio a la alusión estereotipada de un crimen pasional.

Los sectores feministas -sin que quepa diagnóstico específico de sus corrientes- han marcado el ritmo de la movilización y exigido la discusión de sus demandas en la agenda pública. Van tomando sus decisiones con cuerpo propio. Sin bajar la guardia ante la intimidación. No ha sido fácil, ya que es la consecuencia de décadas de constante insistencia en el tema. Pero el cambio de paradigmas aún no ha alcanzado su integralidad. Se deben romper moldes. La estructura anacrónica aún influye en mentes cuasi coloniales. Las mujeres no viven, sino que sobreviven ante un Estado indolente, corresponsable y cómplice de la violencia desatada. Las libertades van siendo quebrantadas (la solución no es que dejen de vestir blusa corta o minifalda). Y eso es un peligroso síntoma de lo que puede venir a futuro. “Nos queremos vivas” no debe ser sólo un estribillo de canción o grito de protesta, sino, ante todo el manifiesto reflejo de una deshumanización y descomposición ética que debe ser corregida lo antes posible, por igual, entre todos los sujetos de la comunidad. (O)