Una sensible ausencia

Edgar Pesántez Torres

Hay ausencias definitivas que son muy sentidas y llevan al pasado, pasado que es historia y quizá lo único innegable, en refutación a los consideran al futuro como posibilidad, al presente como cierto y al pasado como vano, sin advertir que no hay un presente porque todo fluye: lo que acabo de decir, ya pasó.

Entonces, lo único indiscutible es el pretérito, que sirve para vivir lo que se considera presente y proyectarse a un mejor destino. Lo antedicho para rememorar a mis viejos maestros de la Universidad del Azuay, y dijo maestros para separar de los profesores, porque si estos imparten materias y conceptos, los primeros transmiten valores, principios y una opinión constructiva de las cosas, haciendo madurar la personalidad de sus discípulos.

De ahí la inferencia: Un profesor es el que enseña, y maestro es del que aprendes. De los que aprendí, recuerdos con gratitud, entre otros, a Ma. Rosa Crespo, Marco Tello, Felipe Aguilar, Oswaldo Vásquez, Carlos Pérez, Sara Vanegas, Carlos Rojas.

Con mi maestro de Literatura Ecuatoriana recordé a sus congéneres de la última promoción de Lengua y Literatura, minúsculo curso de Patricia Sánchez, Catalina Peralta y quien escribe y otro que arrastraba una materia.

Le conté una anécdota de su influencia: en una de sus clases nos recomendó “La montaña es algo más una inmensa estepa verde” del guerrillero y escritor nicaragüense Omar Cabezas, al día siguiente comencé a leer la novela.

Lo mismo cuando relató, con cierto remilgo, a un cuentista de lo mejor de la ciudad, y que me trasladé a leer “Bolívar y los sentidos”, de su hermano Tomás.

En un café en la APUC, Felipe Aguilar reseñaba con nostalgia a su amiga María Rosa, fallecida por esos días. Le dije que también fui su alumno un corto periodo, suficiente para dar crédito lo que decía de ella.

Además, llegué a su ser compañero de trabajo en la Universidad de Cuenca y en este Diario. María Rosa tenía afición por lo esotérico, la magia, el Tarot y en uno de sus cursos de posgrado me imbuyó a seguir a Alejandro Jodorowsky y su Psicomagia.

Con esta infausta ocasión, mi sentido evocación a María Rosa Crespo C., quien cultivó a sus estudiantes con mucho amor, superando su labor de profesora al de maestra y así forjando el destino de sus discípulos. ¡Dios recoja su trabajo! (O)