La triste realidad de un cuento de revolucionario 

Édgar Plaza Alvarado

   Casi inadvertida ha pasado la muerte de Ernesto Che Guevara que por sus equivocadas acciones o palabras se había convertido en un problema para Fidel Castro quien, para quitárselo de encima definitivamente, lo convenció que desde Bolivia revolucionaría a Sudamérica. El espionaje cubano adquirió una propiedad en la selva del sudeste boliviano sin conexiones básicas, con planos irreales con la topografía, la radio de comunicaciones con la Habana no funcionaba o lo hacía a medias y el casi imposible acceso dificultaba una dudosa incorporación de autóctonos y de otros países más la ambición del comunismo boliviano deseoso desde La Paz conducir las guerrillas.

   Empezó su nuevo desencanto con acoso a los pocos militares de la zona, táctica efectiva al principio. Con los meses morían de hambre y sed, las armas y municiones prometidas no llegaban y el ejército, repuesto –capacitados ya por las boinas verdes de EE.UU.– contratacó y los minó; la adhesión de la gente no se daba, les huían y delataban; los mismos integrantes bolivianos le pidieron permiso reiteradas veces para abandonar el grupo. En este colapso aseguraba que la victoria estaba cerca. La realidad se alejaba o nunca estuvo con él. Según Juan Benítez en su libro Tengo a Papá, cabalgaba en un animal viejo y agotado y machete en mano gritaba “¡Soy el nuevo Simón Bolívar!” y quería imponer el cumpleaños de su 2da esposa como fiesta subcontinental.

   Lo capturaron en octubre de 1967. Impresionaba su mirada pero apenaba la humildad contrastante con el arrojo que nos mintieron. Esa noche el pueblo de La Higuera festejaba y bailaba lejos del estribillo ficticio: “San Ernesto de la Higuera, le llaman los campesinos…” y como la mentira que ideó Castro de que el Che expresó: “adelante soldado, va a matar a un varón…”. La realidad es que cuando vio al ejecutor, palideció como hoja de papel. 

   Murió como cualquiera, con miedo. Y mientras los engañados gemían, Fidel Castro reía. El plan para asesinar al Che sin verse involucrado no podía haber salido mejor.  (O)