Más que un trueque

Eduardo Sánchez Sánchez

Érase la mitad del siglo XX, cuando en nuestra niñez que fue tan diferente a lo que se vive hoy en día; las familias se alimentaban de frutos cosechados de tierras productivas en quintas y haciendas, y fue común encontrar camiones cargados de leña, obtenida de la destrucción de chaparros y bosques nativos que alimentaban las cocinas de hierro para la cocción de los alimentos en muchos hogares. Hoy continúa la destrucción como la modificación de la frontera agrícola para cultivos de pasto que receptarán ganadería y esto aún en suelos de “PÁRAMO”, con la consiguiente adulteración de este hábitat andino y los conflictos que de ella derivan como adulteración de flujos hídricos y contaminación de las aguas materia prima de las plantas de potabilización.

La gente y sus costumbres fueron tan distintas, no teníamos la alta delincuencia de hoy, ni se hablaba de la trata de blancas ni de seres humanos en un sentido de más amplio espectro, no sólo prostitución, órganos o viseras, explotación laboral y aún de niños con fines perversos.

La Ciudad vivía cierta calma, y las familias se conocían en razón del tamaño inferior de la urbe, de suerte tal que existía cierta calidez en donde las señoras realizaban una especie de trueque de ágapes, enviando con su servidumbre y según la época del año, en elegantes fuentes, charoles o cristales, dulce de higos para el carnaval, buñuelos navideños, fruta de temporada, almudes de granos y cereales, la cosecha de papas, choclos tiernos, o las clásicas gastronomías de fiesta como caldo de patas, mote pata, la fanesca de la semana mayor; dulces tan variados como duraznos, membrillos y sus cortados, higos, albaricoques, etc. Todo es historia, hoy no tenemos tiempo para nada de esto, y sólo quedan recuerdos de aquellos añorados días. (O)