En el fútbol nada está dicho mientras el árbitro no ordene el final del partido.
Como en el boxeo, un púgil puede tener sobre las cuerdas a su rival; pero este, en un segundo puede sobreponerse y noquearlo.
Así es el deporte. En un instante se puede pasar de la alegría a la tristeza. Ni se diga en el fútbol; más todavía en un torneo tan corto como es un Mundial.
Algo así le sucedió a la Selección Ecuatoriana de Fútbol. Su desempeño en las eliminatorias y ya en el Mundial de Qatar 2022 concitó el interés internacional. Casa adentro sembró ilusiones, sueños, incluso hasta en los pocos adeptos a ese deporte.
El triunfo sobre Qatar y el empate ante una de las grandes selecciones del mundo, como es Países Bajos, avivaron esa ilusión, esos sueños.
Este martes, Ecuador se pintó de amarillo. Las ciudades, como en el caso de Cuenca, lucían casi sin tráfico vehicular. Todos se prepararon para gritar la clasificación a los cuartos de final. Solo bastaba el empate ante Senegal. Pero no fue así. La derrota sepultó la esperanza.
Pero no es tiempo para reproches; peor para descubrir debilidades, ni aun las provenientes de los entendidos en el fútbol.
Nuestros jugadores, una mezcla de razas, calidad futbolística y humana, cumplieron. Se esforzaron hasta los extremos para conseguir el clasificatorio empate.
Representaron al Ecuador con hidalguía. Demostraron, con hechos, con sacrificio, cuánto puede la unión, el trabajo en grupo, el trazarse una meta y pensar en el país.
Por lo tanto, nada de mirar cabizbajos ni de sentarse para ser absorbidos por el derrotismo; peor de ofrecer disculpas a la afición.
Por ventaja, la mayoría de ellos son jóvenes. Juegan en grandes ligas del fútbol internacional. Se recuperarán anímicamente para pensar, desde ya, en el próximo Mundial.
Esto también vale para todos los ecuatorianos. Volvemos a la realidad, siempre opacada por el fanatismo. Repetimos, así es el deporte.
Finalmente, Gracias, Mil Gracias, queridos seleccionados y cuerpo técnico. Adelante. Otra vez será.
