Fútbol mágico

Aurelio Maldonado Aguilar

Un silencio extraño deambula por la ciudad. Todo se mueve en puntillas mientras el espectáculo transcurre. Las paredes son una fría mezcla de espectador y cómplice. Los pitos, motos paran su vorágine y los semáforos parecen guiñar sus ojos de una manera diferente. Las televisiones, mientras más amplias, terminan siendo las estrellas, donde grupos de cautivos videntes, gritan, ríen, comentan, se rascan y tocan sus cabezas, se muerden las lenguas y dependiendo del lado en que palpita su corazón, las tonalidades difieren entre alguna lisonja y muchas veces gruesas palabras de insulto al que fallo el gol. Que tonto, que…. Los pasillos del hospital, generalmente trajinados, se encuentran medio desiertos. Las personas de mantenimiento, enfermeras, intentan esconderse y con sus celulares captar el momento deportivo. Los que pintan las paredes, brocha en mano que más luce como aditamento suspendido en el espacio y movido por una especie de molicie, intenta decir que existe trabajo, mientras el cotejo está en lo más álgido y es captado, no sé ni como, por sus celulares. En los caunteres de atención de pacientes, nosotros los médicos, también vivimos nuestra propia historia como si fuera una extraña y rara confabulación de un espectáculo sin precedentes. No hay pacientes. Todo está calmado. Para comodidad acerqué una poltrona para mejor visión del partido y en breve una guapa y simpática paciente y sus dos pequeños y bellos hijos se apegaron como si fuese una platea. No les importaba esperar el retraso en la consulta, pues al fin y al cabo no existía urgencia en el momento y si una gran curiosidad y alegría de involucrarse en cada disparo al arco. La euforia fue real. En breve tomábamos bandos diferentes y entonces la apuesta fue muy necesaria. Yo largue mi propuesta y una bella niña rubia que me recordó mi nieta, de ojos claros y tímidos parecía aceptar mi apuesta. Apostemos una caja de golosinas dije y sellamos el trato con un chasquido de las palmas. Entonces se volvió más interesante el juego. La pasión nos invadió y tratamos de ayudar con pases gol de nuestro espíritu y así conseguir los goles. Al fin gané. Sellamos nuestro compromiso con un hermoso abrazo y un beso en su sedoso pelo fue mi premio. Dos días luego un roscón de reyes y una botella de mistela llegaban amorosamente a mis manos ganadoras, traídas por su simpática y guapa madre. Apuesta es apuesta me dije y recibí mi premio, lleno de cariño. Fútbol mágico y vibrante.  (O)