Argentina, justo Campeón

Lograr campeonatos mundiales no son cosa del azar. Con mayor razón en los deportes de grupo, entre ellos el fútbol. Y con mucha, mucha más razón si se representa a un país, no solo en tanto en cuanto territorio, sino en nombre de sus millones de habitantes cuya unión, pese a los avatares y a la diversidad, suele prevalecer.

Llegar a una cita mundialista tampoco es fácil. Como para todo proyecto humano, se impone la planificación. Fijarse una meta: la máxima. Escoger a los mejores, incluyendo al cuerpo técnico. Entrenarse a fondo. Privarse de muchas cosas, a veces, hasta de estar con la familia. Forjar un carácter para soportar las críticas; temperamento y claridad mental para no sucumbir ante las derrotas; de fajarse por el honor y hasta de aguantar el dolor físico si es posible; de alimentarse como es debido; de ser férreamente disciplinado, respetuoso también. De creer en los jóvenes; igual en los experimentados.

El fútbol es un trabajo en equipo. Todos tienen el mismo objetivo en la mira. Nadie es más. Nadie es menos. Once hombres entran a la cancha. Los otros están listos para los cambios. Las estrategias son analizadas durante los entrenamientos.

Cuando se trabaja en equipo, el solo pensar en la derrota es una deficiencia, aun si solo bastare el empate. En la mente y en el corazón no hay espacio para contentarse “siquiera con el vicecampeonato”. Para muchos gladiadores simplemente esto no existe.

Si eso no es posible tras haber sido superado por el rival -pues así es el deporte-, deben quedar las huellas de la lucha, del sudor, de haber forzado a los músculos hasta lo último, de haber llevado al cerebro hasta los límites, así luego corresponda llorar y hacer llorar a todo un país.

En el fútbol, insistimos, un equipo, un verdadero equipo lo es todo. Es un engranaje donde cada pieza calza donde le corresponde. Donde el líder nada quiere para sí, sino para todos.

La Selección de Argentina demostró al mundo eso y mucho más. Y por eso es el justo Campeón Mundial.