Esa es nuestra herencia

Andrés F. Ugalde Vázquez @andresugaldev

Las grandes personas hablan de sus ideas, las personas comunes hablan de los hechos y las cosas, las personas mediocres hablan del resto de personas, es lo que decía Jules Romains, gran poeta francés del siglo pasado. Frase que resume una verdad fundamental de cara al nuevo proceso electoral. Y no pretendo, desde luego, sugerir la adhesión a uno u otro candidato, mi propia militancia y el respeto a este espacio editorial me obliga a abstenerme de semejante propósito.

Si puedo, sin embargo, hacer un llamado a la dignidad política y recordarnos, ahora que tanto lo necesitamos, que nuestro pueblo está hecho de girones de grandeza. Que por los foros de nuestra república han pasado voces insignes que han hecho temblar los cimientos de las tiranías, que han derramado luz en nuestras horas más oscuras. Presente está todavía la mirada de Lamar mostrando el camino a la independencia; la voz de José Peralta elevando la antorcha del laicismo y la tolerancia sobre el oscurantismo clerical; el genio poético, la prosa magnífica de Remigio Crespo y la fogosa irreverencia de Honorato Vásquez, levantando la voz en el parlamento para defender la soberanía y fustigar la corrupción;  Benigno Malo, mirando por sobre la historia para denunciar el asfixiante centralismo e idear, el primero que nadie, el federalismo como vía al desarrollo equilibrado de los pueblos; y otros, muchos otros, incontables políticos que encendían los fueros de la historia con ideas sólidas, progresistas y bien comprendidas.

¡Esa es nuestra herencia! Lejos del discurso del político mediocre que no atina más que a bosquejar un objeto o edificio de ejecución improbable o plantea todo su discurso en torno a la desarticulación (ni siquiera a la construcción) de un equipamiento público. Y más lejos aún del discurso poblado de adjetivos, que pretende la ofensa personal y el intercambio de insultos, la ridiculez y la sátira como herramientas para ganar popularidad mientras la dignidad de la política, arte supremo del servicio, se arrastra por el fango de la mediocridad. Y no, ese no es el espíritu de Cuenca, no es eso lo que merecemos. Somos, siempre hemos sido, mejores que eso… (O)