¿Por quién votar?

Aníbal Fernando Bonilla

Esta pregunta ronda en el ciudadano/a de a pie. El que soporta las dificultades de la cotidianidad. El que sobrevive en el subempleo. O peor aún, en el desempleo. Muy ajeno de los intereses prevalecientes en un proceso electivo. Vamos al análisis.

El canibalismo político es una práctica característica de Latinoamérica. Y el Ecuador no escapa de aquello. Se materializa el insulto, antes que la explicación pertinente. En el escenario virtual aparecen los “iluminados” del agravio gratuito, casi siempre con lenguaje procaz, propio de su estilo. En las redes sociales la coyuntura electoral desemboca en pasiones estériles. Se agudiza la bajeza de la injuria desde la cobarde sombra del anonimato. La limitación analítica es caldo de cultivo para la posterior agresión, siempre ausente de tesis. En la calle se contamina visualmente de propaganda, y se da el ataque y contraataque entre los seguidores de los candidatos/as que intervienen en un proselitismo colmado de emociones, pero vacío de raciocinio. Cunde la diatriba de esquina. Y lo más grave, el encono humano. No se dimensionan preceptos básicos que desentrañan los trasfondos que perduran en el control político.

Ya poco importan las izquierdas o las derechas. Las ideologías se han hipotecado. Proliferan movimientos de novísima data sin sustento doctrinal. Lo que incumbe es la aplicación de estratagemas para la obtención del triunfo en las urnas. Para el efecto, los candidatos/as emiten una retórica vacua entre la baratija, la demagogia y el clientelismo. ¿Quién da más?, parece ser la cuestión esgrimida por el clásico arlequín en la plaza pública. 

Dejamos de lado que somos habitantes de una misma parroquia, ciudad o provincia. Que somos vecinos/as de un mismo entorno colindante. Que los problemas de dotación de agua potable, alcantarillado, infraestructura, vialidad, impacto ambiental, entre otros, son comunes. Ante lo cual debe primar el sentido de solidaridad, independientemente del concejal, alcalde o prefecto de turno.

En una campaña electoral, el candidato/a debe anteponer la discusión de propuestas (qué hacer y sobre todo cómo hacer), esto es, el planteamiento e intercambio de proyectos, en un nivel óptimo que respete las diversidades. A lo que corresponde, abrir senderos de debate civilizado, y no continuar en la senda tercermundista de la estrechez argumental. (O)