El tsunami de la corrupción

Hernán Abad Rodas

Muchos países subdesarrollados, entre ellos el Ecuador, viven sumidos en   la miseria, engañados por un populismo tenaz, y cobijados bajo un manto de corrupción que pocos se atreven a combatir con valentía.

Que difícil resulta combatir la corrupción cuando no existe la voluntad y la decisión de hacerlo en todos los organismos y las funciones del Estado en donde quedan rezagos del lúgubre correísmo.

Los tigres de la corrupción están sueltos y campantes, fugados o escondidos. Lo grave de todo es que, son protegidos y ayudados por la justicia. Se refleja lo que dijo en el 2011 el Capo Correa que había que meterle mano en la justicia.

El Ecuador atraviesa por un período de preocupantes turbulencias económicas, políticas y sociales, sobre todo por el TSUNAMI DE LA CORRUPCIÓN que puede tirar fuera de borda su frágil institucionalidad.

Cuando se rompe el control cruzado del poder entre el Legislativo, Judicial y Ejecutivo, se pierde la vigilancia del manejo administrativo de un país, destruyendo la organización que permite el desarrollo y que da los elementos básicos de su crecimiento y bienestar.

Uno de los grandes males, destructor de las instituciones, así como de la política es la corrupción. Se perfecciona aún en los países que tienen sólidas democracias, en donde es complicado corromper.

La corrupción en nuestro país ya no es un episodio aislado. Es un estado de cosas, una especie de aire contaminado y de enfermedad colectiva.

La corrupción prospera cuando hay tolerancia social, adoración al dinero y al éxito irracional, y por un apetito desmedido de poder. Su origen está en la caducidad de los valores morales y en la ignorancia de la ética.

La corrupción se ha convertido en una “cultura”, en un modo de ser, y es el eje en torno al cual gira la demolición de la democracia, la destrucción del Derecho y la inauguración del Estado de Propaganda. Esa cultura hace metástasis, convierte a la mentira en verdad, construye “liderazgos”, protege a sus mentores y beneficiarios.

Lo más grave de la corrupción, es que, en todas partes tiene apóstoles y barras bravas que aplauden bajo la perversa tesis de que: “cierto es que robó, pero hizo obra”.

La impunidad permite que la corrupción continúe y se banalice. Siembra el nefasto germen del cinismo en la ciudadanía. El pueblo que no ejercita sus derechos es esclavo y su futuro es incierto.

La triste realidad es que, hoy vivimos en un país arrasado por el Tsunami de la corrupción, el saqueo económico y moral. (O)