Ernaux y el yo autobiográfico I

Aníbal Fernando Bonilla

“Mi padre intentó matar a mi madre un domingo de junio”. Así empieza La vergüenza (1997) de Annie Ernaux. Con tan reveladora y contundente oración. Demoledora en su significado. Cumpliendo con aquella máxima literaria de enganchar al lector desde el principio con una frase categórica. Y, sí que lo consigue.

Es que una de las características de la obra de Ernaux es el acuerdo implícito que alcanza la voz narradora con el receptor, desde el postulado propuesto por Philipp Lejeune del “pacto autobiográfico”. ¿Qué relata la mencionada escritora francesa? Sus experiencias, hallazgos, padecimientos, esperanzas. Es decir, su vida, sin aspavientos, ni ungüento edulcorado. Hay dolor, rabia, dureza, decepción en sus historias. Como en cualquier otra historia humana, salpicada de realidad.

Desde el cuestionamiento individual (con el que logra repercusión colectiva), Ernaux plasma, con íntegro protagonismo, la relación en la niñez con sus padres y familiares (a ratos conflictiva, otras, normal), con la religión (el rito de la misa dominical), con su lugar de origen y ambiente geográfico (situado en la periferia), con sus amistades. Así también, detalla la sensación deshonrosa que causa la carencia, el desafecto y la discriminación. Los años escolares (la afinidad por las letras y la filosofía). Las primeras lecturas. Las desigualdades. Los sentimientos quebrantados. La violencia. El murmuro en el vecindario. Las películas y canciones de moda. El desarrollo fisiológico. Las normas de conducta y las convenciones sociales (a tono con la rigidez conventual conservadora). Fragmentos que se rearman y reafirman (como registro fotográfico) a partir del ejercicio de recuperación de la memoria. Es un entramado cuya narrativa es pulcra, metódica y transparente, distante de adjetivación. Las cosas se dicen e ilustran como son, ajenas al artificio. Al menos eso nos deja entrever la autora. (O)