Ernaux y el yo autobiográfico III

Aníbal Fernando Bonilla

Transita la fase colegial, de preparación universitaria, licenciamiento e incursión docente. Prepondera la exploración de la personalidad, desde la autonomía del cuerpo y la razón. Hasta arribar a la unión de pareja, entre la expectativa y la frustración. Contando con la huella de un estatus social, que, aunque superado, lo mortifica. Antes que resignación, hay el afán liberador, respecto del pretérito signado de ambiente prejuicioso al presente asumido fuera del poblado en donde creció: Y (Yvetot).

Arneux sostiene diálogos mínimos, escuetos y entrecomillados. Lo que prevalece es su voz que tiende a convertirse en voz de los otros, y especialmente, de las otras. En su rastreo de instantes en que ha transitado hay el empleo de la analepsis para la forja de los hechos contados, y una retórica reflexiva (con lo que no se restringe a la sola sucesión de episodios), con ambición metaliteraria. Es que persiste un cometido de significación lingüística, de limpieza del lenguaje, sin adornos vanos. De pronto, una imagen extraída de la bella composición que sacude al lector. Y luego, otra vez el transparente testimonio sin ambages de ningún tipo.   

En Pura pasión (1991), tal como subraya su nombre, las emociones se leen desbordadas, en una carrera desenfrenada por el ímpetu sensual y sexual. La narradora se internaliza en las pasiones de textura febril y ardiente alrededor de la piel masculina. No explica tales pasiones, sino que las expone, las exhibe con naturalidad, sin importarle el escarnio público. De hecho, lo íntimo se torna público, desafiando lo socialmente instituido. Sin ataduras, se dibujan los gestos, los besos, los celos, la espera, el orgasmo, las dudas, el sufrimiento, la ausencia, los hijos, los rasgos culturales, los limitantes, las tensiones, la llamada telefónica, las estaciones, las vacaciones, los insomnios, el encuentro y el desencuentro.  

¿Cabe el amor en este intento de dicha fugaz? Difícil saberlo. Tal vez, sólo una obsesión irrefrenable. Lo que sí es cierto es que ella está extraviada en la ensoñación que experimenta. Él ostenta un cargo diplomático de su país de Europa del Este. Está casado. Por tanto, acude a las citas fugaces, según su agenda y discreta disposición. Esto vulnera la situación de la narradora que está consciente de aquello, aunque tampoco siente vergüenza. A lo que se añade la impotencia por el exiguo tiempo asignado para el espacio vehementemente de los dos. (O)