Tío Guillermo

Aurelio Maldonado Aguilar

El cielo, el más allá, la eternidad, Dios, la transferencia de minerales a la tierra, el vapor que se junta con el rocío, las cenizas que fulguran en un nicho y otras imperfectas formas de explicación de la vida y de la muerte, se encuentran ahora en discusión que no terminará nunca. El hombre en su finitud y rango de existencia, requiere tomar partido por algo que sintonice con su fe y creencias, muy respetadas y dispares. Es descomunal el dédalo que el mortal debe sortear con sus muy particulares credos y fe y muchas veces sin encontrar certezas ni pruebas racionales, cae en fanatismos irracionales e irreverentes, que puedan satisfacer su espíritu.

Mi Tío Guillermo, traspasó los umbrales de lo humano y hoy está en algún sitio esclarecido y docto, con toda su sabiduría, caridad, inmensa inteligencia y su bondad de santo. Digo siempre que fui vendito por tener cuatro padres en mi vida y siempre lo dije en altisonante voz que trascendía. Hoy, con su recuerdo imperecedero lo confirmo. No estoy para decir que mi tío fue un hombre de portentos. Bueno como pan dorado en horno de ascuas y consejos. Caritativo cual vertiente de agua cristalina que mojaba lenguas y cabellos. Inteligencia que volaba como azor portentoso en medio de la brisa de lecciones y sabias premoniciones. Nido tibio donde acunó expósitos en medio de las pajas de sus manos. Heredero magnífico de sus ancestros y monumentos. Escribano pertinaz de las verdades. Honesto, tan honesto como el sol del medio día. Simple y enemigo del ego, sierpe que acecha a los hombres de intelecto. No estoy para decir que el único vicio que tenía y acendrado, fue querer y respetar a su mujer, incluso con delirio. De caminar con ella, tomados de la mano, en caminata de dádivas y socorros en cada esquina. No estoy para decir que me duele algo en algún lugar de mi interno fuego. No estoy para decir que le quise como a mi padre mismo. Que en toda mi existencia fui pegado a su fronda protectora. No estoy para decir que cuando caí en el fango de la vida, me levantó impoluto y me lavo con sus manos tibias. No estoy para decir que me quedan sus ejemplos como totémicas figuras. No estoy para decir que intentaré no defraudarle. No estoy para decir que me queda aún mi segunda mama, mi Tía Lulú, asombrosa mujer que ponía aceitunas y ramitas de perejil en su mesa, para complacer así, al díscolo infante. No estoy para decir que su casa y su mesa fue mi fuente cristalina, siempre.

No estoy para decir, pero lo dije sin proponérmelo. Los quiero mucho. (O)