Ernaux y el yo autobiográfico IV

Aníbal Fernando Bonilla

Pese a todo, queda claro que es “el tiempo de la pasión”. La fiebre cuyo calor desemboca en ansia, ira y adulterio. Es preferible obviar la identificación de la pareja. Resulta infructuosa su revelación.

En No he salido de mi noche(2017), Ernaux trasplanta el sufrimiento materno a causa del Alzheimer. Cuenta la tragedia de una enfermedad que carcome la recordación, y demuele el equilibrio. La narradora se enfrenta a una verdad que altera su cotidianidad, en medio del vaticinio del fracaso: el divorcio. Y otros aspectos como la menstruación, la menopausia, la pérdida de la razón, los avatares de la adultez. Asume como suyo “el residuo de un dolor”. Son los ochenta. Visitas dominicales al sanatorio. Impresión de culpabilidad. Evita que las emociones se sobrepongan en la escritura que bulle automatizada, y del que problematiza. Desde el desgarro decanta la transparencia de la vejez. Y anota su horror descarnado. Es la lucha por la sobrevivencia. En los pasillos del hospicio, ancianas locuaces y ancianos autómatas se aferran a la vida. La transformación del rol madre-hija es inevitable. Impacta el proceso degenerativo del cuerpo arrugado de la madre en donde Ernaux se observa a sí misma entre gritos y sombras. Ella encara a las voces salvajes de la demencia. El pavor y el terror a la muerte. El miedo oculto o visible (depende del arrojo) a afrontar el pasado de raíz consanguínea o a asumir la ausencia definitiva del ser amado.

Lo anterior tiene conexión con su otra novela Una mujer (1988); cuya pieza gravitante es, desde luego, la madre (quien “perdía la cabeza”). El asilo. La misa. Los cirios. Las flores. El entierro. El duelo. Ernaux desata su padecimiento en este proyecto que se bifurca entre literatura y realidad. ¿Quién fue su mamá? Una mujer apegada a la religiosidad. De fuerte temperamento. Agraciada. Caprichosa. Pudorosa. Trabajadora. Administradora del café-tienda o local comercial. Empecinada porque la dignidad sea faro hogareño. Imágenes de la posguerra y sus efectos. Del extravío mental. De los lazos y discordia entre madre e hija. Ernaux constata su nacimiento en los cuarenta, tras el repentino deceso de una hermana a la que no logró conocerla. Pretende narrar con neutralidad, mirando por el retrovisor. Hilvana la vida y la muerte, convencida que escribir también es “una manera de dar”.  (O)