Montaña del agua

Tito Astudillo y A.

Con ese nombre bautizó mi nieto Tomás, a sus tres años de edad, a la colina de Nulcay que cobija nuestro retiro a orillas del río homónimo en Jadán,  colina que se continúa con un segmento del interminable bosque de pinos de Criathian Kuen, mágico hábitat que sustentó la imaginación desbordante de mis nietos que, entre abrigos naturales, farallones, remansos y caídas del arroyo en su descenso, fundaron su mágico mundo de la Cueva del oso, de la Cueva del raposo,  del Mirador de los gañales, la Cueva de los Increíbles, el santuario de los cóndores, de la Cascada de Mama Aurora, la Ciudad perdida, el Volcán Supremo y la Montaña del Agua.

La Montaña del agua era el último remanso, aguas arriba, al que llegamos a descansar dando cuenta del refrigerio preparado por la abuela y crecido con frutas del camino y regresábamos con la eterna promesa de, “en la próxima llegaremos a su origen”. Volvimos y ampliaron su horizonte con nuevas experiencias cuando arribaron al Bosque Protector Aguarongo y recorriendo sus senderos, subiendo a sus miradores, pasando riachuelos, fuentes y remansos entendieron que las montañas están hechas de agua que originan manantiales y riachuelos que a su vez nutren los ríos que bajan a las ciudades calmando la sed, creciendo sementeras y madurando los frutos a su paso. Experiencia que se amplió cuando llegaron al Cajas y sistemáticamente, semana a semana, mes a mes, y así, años corrido, recorriendo sus páramos y bosques, sus senderos y lagunas, maravillandonos del paisaje y del milagro del agua naciendo en sus esponjas, creciendo riachuelos y lagunas, dando origen a los ríos que pasando por nuestra ciudad y acompañan al gran Paute en su camino al Amazonas.

Montaña del agua, le llamaron también al Huahualzhumi, cerro fundamental en el paisaje natural y cultural de la ciudad, que visitamos tantas veces, sembrado de lagunas, bosque y fuentes de agua que sustentan la vida, su agricultura e incluso su artesanía de la totora, vegetal lacustre por excelencia. Cerro también presente en el imaginario popular como certero anunciador de la lluvia, “cuando el cerro está con bufanda” por ahí llegará la lluvia, espiaban. (O)