Mis queridos amigos

Marco Carrión Calderón

Los libros están quietos y tranquilos. Llevan el secreto en su interior. Si no se les llama, no vienen, pero ahí están, silenciosos, guardando sus mensajes. Los libros no son como los hombres, que nos importunan sin pedir permiso con su verborrea y su desfachatez.

Los libros nos cuentan historias, expresan pensamientos y nos inspiran otros. Sólo hablan cuando se les pregunta. Somos lo que hemos digerido o mal digerido en nuestras lecturas.

Una de las definiciones de una persona se encuentra en su biblioteca. Pequeña o grande. Da lo mismo. Es en las estanterías donde constan los gustos, las ideas y la curiosidad de una persona cultivada. Lo mismo para quienes transitamos por casa bordeados de paredes con miles de libros como los que han llegado al punto de saber seleccionar los imprescindibles para no perderse en las distracciones que ofrecen los repertorios de las novedades tan pasajeras como banales.

Lo que se escribe perdura en el tiempo. No sabemos nada de Troya, ni siquiera hemos llegado a conocer su exacto emplazamiento, pero Homero nos cuenta con todo tipo de detalles la guerra entre aqueos y troyanos que constituye uno de los relatos más extraordinarios de la literatura de todos los tiempos.

Muchas cosas pasan, pasan los hombres, la historia rehace los hechos constantemente, pero los libros no mueren, aunque estén sepultados en un almacén oscuro a punto de ser olvidados. Siempre resurgen, vuelven a desempolvarse, releerse, reinterpretarse.

Cuando Kafka murió en 1924, de los pocos libros que había publicado apenas se habían vendido unos doscientos ejemplares, pero para sus amigos literarios y los escasos lectores que por accidente habían llegado a conocer sus breves trozos de prosa, estaba fuera de duda que era uno de los maestros de la literatura moderna.

Los libros buenos no suelen ser famosos. Su penetración en las mentes de las gentes se produce de forma espontánea, misteriosa, lenta, pero con fuerza. Perder la confianza en el libro, ya sea en formato papel o electrónico, qué más da, perder la seguridad de la palabra escrita, es abandonarse, abandonarlo todo y dejarse llevar por las modas y las propagandas de cada momento histórico. (O)