La muerte cruzada

Jorge L. Durán F.

Un Lasso desahuciado y tantas veces denunciado, pero ni a medias probado, sacó la guadaña y muy de mañana aplicó la muerte cruzada, con la cual la sapada de los asambleístas, liderada por los correístas, abrazados de nebotistas, de ponchos y de huangos como calos, cerdas y cholangos; igual por anaranjados, resentidos y chamuscados, les dejó sin manivela, y precedidos por un Saquicela tuvieron que armar maletas y largarse a sus caletas.

Ninguna muerte como la cruzada -sólo en el Ecuador inventada- ha sido por nadie llorada; más bien es motivo de algarabía, peor ahora viendo la Asamblea vacía, ese antro donde en curules pululaban alacranes azules, violadores en hoteles, dueñas de moteles, magos para enseñar a robar bien sin importar a quien; también tetones y pandilleros, sapos, caderonas y zancadilleros; igual, casi iletrados y oportunistas, pasasillas y arribistas, peor cuando entraron en idilio al reelegir en masa al Virgilio.

No existe la menor duda de que echados por la huesuda no hay siquiera una viuda que ponga velas en los asientos de aquellos esperpentos, esperpentos que maldecían al banquero y le exigían aplicarles la muerte cruzada; y una vez sentenciada hasta ahora no creen que Lasso les dio con el mazo en plena calabaza, sabiendo que él, a la casa en seis meses se irá también, sin decir ni un solo amén, excepto que, si muero, antes del último suero se van conmigo mis contrincantes, pero ellos mucho antes.

Sería ideal, aun en medio de la pelea electoral los epitafios redactar; un concurso organizar no quedaría tan mal. Hay dinero estatal para premiar a los ganadores, incluso a los chimbadores, que ya son presidenciables; y de esos mejor no me hables.

Aquí, envuelto en cuero de guanaco en paz descansa el guacharnaco, el asambleísta de la seis, que si no les creéis, USD 4 mil de sueldo al mes le dura sólo para un caldo de res. Aquí duerme el sueño eterno, aún teñido el pelo y con terno el asambleísta de Ambato, en torres encumbrado, aunque mojigato.

Aquí yace una gacela feroz, feroz por veloz, en vida dueña de moteles, mejor negocio que tender manteles. En paz descansa el Virgil, que por hacerse el gil duró en su trono congresil lo que dura en la sartén un canguil. Aquí descansa un salvador, aún tiznado por su vengador: ¡rezadme una Ave María aunque ni el diablo me quería! Se preguntan si habrá herederos; quien al menos reclame los mecheros de los tantos pendencieros; pero en los arrabales no hay siquiera señales que a alguien falta los haga; pues muerta la plaga ni siquiera queda la llaga.

Quedan las cenizas y no pocas izas y rizas tras la muerte cruzada, aquella espada que traspasó la Asamblea, y acabó con la vieja ralea. No quedó ni un alma y el país está en calma. (O)