Los senderos de la racionalidad

David G. Samaniego Torres

 Frente a nuestros ojos tenemos senderos para variadas opciones. Ecuador, como nunca antes en su historia, tiene opciones inusitadas, que demandan un esfuerzo mayor para hacer uso de la razón, antes que de los sentimientos. Quiero extenderme en este comentario como un aporte para una mejor comprensión de las implicaciones de las horas que vivimos.

La racionalidad cuenta con dos ingredientes sustanciales, ninguno de los dos puede faltar: la causa y el efecto. Las cosas no se dan porque sí, los acontecimientos no surgen de la nada, sin ton ni son. Aún en lo mínimo la estrecha relación, causa-efecto, es por demás importante. Un ejemplo.

Viajo de Guayaquil a Cuenca. Cerca de La Troncal siento que se está bajando una llanta. Al llegar a la vulcanizadora confirmo mi sospecha: un grueso clavo la perforó y el aire se escapa por ese orificio. La llanta no se bajó porque el volumen de la música del auto estuvo demasiado alto o porque me había olvidado la billetera en casa. Todo efecto tiene una causa determinada y proporcionada, es por eso que no pedimos peras al olmo, porque el olmo no produce peras. Lo que hoy pasa en Venezuela tiene causas evidentes, por ejemplo.

Para que los resultados de la selección de opciones en una contienda electoral sean los procedentes, necesarios y apegados a la racionalidad, deben ajustarse a sus exigencias. Si conozco las urgentes necesidades de Ecuador, si me son claros los problemas que debo combatir, entonces debo escoger a la persona idónea para sanearlo y para establecer prioridades que conduzcan al mejoramiento ostensible de la salud de la nación. La razón me exige escoger como presidente a una persona capaz de corregir entuertos y de preocuparse de la salud de la nación.

Votar por alguien que habla bonito, que es simpático, que promete una vida placentera, que ofrece empleo, que dice que todo será distinto, pero no indica cómo lo va a hacer, de dónde sacará los recursos, etcétera, es una actitud irracional, contraria al buen pensar, porque nadie da lo que no tiene. Las promesas no engendran recursos. Los besos, las sonrisas y los aplausos nunca fueron el comienzo de programaciones para transformar la vida de un pueblo. No está por demás estudiar aquello que sucede hoy en Méjico, Argentina, Chile, Colombia, Brasil o Venezuela. ¿Vale escarmentar en cabeza ajena? Claro que sí. (O)