Tercera edad

Aurelio Maldonado Aguilar

Se escucha suave y benevolente. Intenta esta frase ser amable, sin dejar de decir la verdad, que como un dardo feroz nos llega a todos y se llama vejez. Minuto a minuto seguimos una senda, sin percatarnos de que quedan atrás maravillosos momentos y cuando no, también semillas que fructificarán, buenas o malas, según el proceder de cada quién. Como atolondrados por una ceguera inopinada, continuamos nuestra senda sin detenernos nunca, senda que a cada quien le tocará recorrer buena o mala, según lo que podría llamarse suerte, aunque la verdad es que, acaso nos la ganamos a pulso e insistencias propias y le calza más bien el remoquete de destino.

Es entonces que debemos descansar y hacer considerandos. La enorme mayoría de conocidos, nos quiere y respeta. La sociedad nos distingue como valiosos ciudadanos. El esfuerzo por cobijar con nuestras alas protectoras a la familia e hijos, principalmente, fue verdadera, pues uno deja girones de piel por este empeño y no importa mayormente que nuestra descendencia lo reconozca, pues el esfuerzo por sí, nos vuelve felices y ufanos aun a nuestra costa. Sentir cada vez más frecuentes los abrazos dinámicos y sinceros de la gente, tiene un sabor de despedida sincera y valiosa, aparte de solidariamente gentil. Los arranques amatorios al sexo opuesto, decaen en búsqueda de una amistad honesta. La gloriosa re nacencia con los nietos, nos recuerda ojos, pelo, dengues, movimientos, inteligencia, percibidos desde los códigos de ancestros. El colocarse ya en primera fila y no tener casi a nadie de padres, tíos, por delante, nos demuestra que, junto con compañeros de escolaridades, somos ya la tropilla de ataque, cosa que inconscientemente, nos junta amigables en grupos para compartir una cerveza, bromas, recuerdos y tertulias, ayudados por la magia de hoy que intentamos domeñar, como son celulares, chats, grupos y discusiones, que nos mantienen en la lucha.

Soy feliz, lo reconozco y pese a todo. La felicidad la lleva y administra uno mismo con su espíritu como albacea incorruptible. Tomar al amanecer un café caliente frente a mi querida ventana que me muestra horizontes verdes y en estas épocas, helados pastizales de hermosos jaspes blancos tornasoles, es el saludo íntegro que yo requiero día a día. Ser tocado frecuentemente por el duende misterioso de la sensibilidad y el poema, para muchos intrascendente, es un orgasmo inocultable. Si lectores se adhieren a mis divagaciones, tomen nota que están ya en la bella y aurea tercera edad, reconózcanla y vívanla con el frenesí de un quinceañero. (O)