Los acordes de la vida

CON SABOR A MORALEJA Bridger Gibbs Andrade

Cuando no movemos el cuerpo, este se vuelve rígido. La práctica de deportes como el ciclismo, natación o caminata son benéficos para el organismo pues nos proporcionan flexibilidad. El riesgo que corremos los de cincuenta y más, es que, al hacernos rígidos en lo físico, automáticamente nos volvemos rígidos en lo mental. Sin que nos demos cuenta una cosa lleva a la otra. El botón de alerta se encienda cuando, de un mes a otro, los movimientos que hacíamos con toda la facilidad del mundo, ahora nos cuestan trabajo ejecutar.

En una entrevista que se volvió famosa, Clint Eastwood, a sus 90 años, dijo que se resiste a “dejar entrar al viejo”. En otras palabras, es no permitir que el viejo que tenemos dentro nos quite las ganas de aprender, de vivir nuevas experiencias, de tener ilusiones y de crear la vida que queremos. 

Recuerdo que hace 9 años me aventuré en el mundo del yoga y la meditación con la intención de cumplir una meta más en mi lista de cosas por hacer. Quería vivir la experiencia al combinar estas dos disciplinas orientales. En la primera clase padecí haciendo unos ejercicios que demandaban estiramientos y contorsiones que jamás había hecho en mi vida. Llegué a la casa con algunos músculos adoloridos. Sin embargo, ese detalle no me amilanó. Me había propuesto aprender a estirar mi cuerpo con el yoga y mi mente con la meditación y, en esa etapa de mi vida, no podía claudicar. Seguí asistiendo por un año, con cristiana devoción, al cabo del cual mi cuerpo se movía como un pez sobre el agua encima del mat de yoga.

Antes de finalizar la clase, la instructora nos pedía que nos sentáramos sobre unos cojines para empezar la relajación de mente y cuerpo. Era el momento de navegar en silencio por nuestro mar interior. Mis minutos preferidos. Cuando se siente que llega esa paz interna el cerebro se aquieta, la frente se relaja, el cuerpo sonríe y la respiración se calma. Olas de serenidad se perfilan en la cara. No hay forma de ocultarlas. Esta oleada de tranquilidad empapa a las células, neuronas, huesos y el cuerpo entero.

Hay ocasiones en que además de estirar los músculos y sostener momentos de recogimiento, basta un abrazo, una palabra, un mensaje o una llamada para que los acordes de la vida fluyan y todo se acomode en armonía.

Al final, creo que todo se reduce a esto: sentir y vivir en paz. Y yo, como Clint Eastwood, también me resisto a dejar entrar al viejo.  (O)