Silbar una sinfonía

Cecilia Ugalde Sánchez                                  @ceciliaugalde

Quienes crecimos rodeados de hermanos, primos, amigos y/o vecinos, sin darnos cuenta aprendimos a negociar, persuadir y resolver conflictos, de lo contrario siempre nos hubiera tocado estar en el arco, nunca nos habrían empujado en los columpios, no hubiéramos tenido el primer turno para elegir las muñecas de papel, posiblemente el pan nos habría llegado sin nata, y ciertamente la nave espacial construída en el sauce o aguacate más frondoso a nuestro alcance, no habría volado con nuestra imaginación mientras saltando de rama a rama soñábamos entre gritos y risas con explorar el universo.

A fuerza de convivencia aprendimos a trabajar en equipo, no dividiéndonos las tareas para que cada uno vaya por su lado y el resultado sea una mezcla ecléctica parecida al campus de una prestigiosa universidad quiteña que prefieron no mencionar, sino más bien buscando armonía y fluidez entre las partes, porque finalmente, como Ken Blanchard observó: «Ninguno de nosotros es tan bueno como todos nosotros juntos», y las fortalezas individuales se multiplican cuando se combinan en un esfuerzo colectivo donde la diversidad de talentos y habilidades dentro de un equipo permite enfrentar desafíos complejos de manera más efectiva y generar soluciones innovadoras.

El filósofo y poeta H.E. Luccock expresó que “Nadie puede silbar una sinfonía. Se necesita toda una orquesta para tocarla”, esta idea encapsula la esencia de la colaboración y el trabajo en equipo, así como la importancia de la cooperación y la contribución de múltiples individuos para lograr un objetivo común.  Si unimos fuerzas y aprovechamos las fortalezas individuales de cada miembro del equipo, podemos lograr grandes cosas que no podríamos alcanzar por nuestra cuenta. (O)