Cimientos de un ayer

David G. Samaniego Torres

Mi escuelita fue la Alberto Castagnoli, ubicada en Tudul, junto al templo de María Auxiliadora y de la residencia de la comunidad salesiana, en un hermoso pueblito llamado Sígsig, hoy cantón azuayo. La escuelita era de construcción mixta: adobe y madera. Mis oídos cansados aún escuchan las ruidosas pisadas de los atrasados. Algunos de mis compañeros de escuela ya no pisan tierra; unos pocos nos empeñamos todavía en respirar el aire que Dios nos regala cada amanecer.

 Aquello que se nos dijo entre esas paredes, cual semilla reposada, se enraizó tanto en nuestras vidas que hasta hoy recordamos esas normas y recomendaciones que se convirtieron en parte imprescindible en nuestras mochilas personales. La siembra fue generosa, hecha por maestros convencidos de su quehacer y practicantes de aquello que inculcaban a sus alumnos.

Lo recuerdo aún: allá me enseñaron a construir palabras, a sembrar propósitos, a cosechar alegrías. Los maestros eran puntuales y exigían puntualidad de los padres de familia y de sus alumnos; los maestros jamás perdían su tiempo. La disciplina y el honor no fueron nuevos para mí porque mis abuelos, de origen lojano, y mis padres ya me inculcaron en casa y, de manera especial, a decir la verdad y aborrecer la mentira. Los profesores conocían el valor del tiempo y eso nos enseñaron. Si bien mis abuelos y más aún mis padres nos inculcaron a respetar siempre lo ajeno, también la escuela tenía en alguna parte un cuadro del código de honor que Moisés recibió en el monte Horeb, allí estaba escrito en mayúsculas no robarás. Y así fuimos creciendo sin darnos cuenta y las reglas del buen vivir y mejor hacer se hicieron nuestras.

¿Para qué o por qué de este largo preámbulo? Muy sencillo. Busco respuestas. Necesito conocer las causas del mundo que nos rodea: la honradez es un estorbo, la sinceridad algo innecesario, el trabajo es para los ingenuos, la fe ha desaparecido, la patria perdió su sentido, la amistad es un estorbo y tantas cosas más. Miro que el ladrón exitoso es un héroe, que aquello que importa es el fin sin fijarse en los medios, que las leyes se hicieron para conculcarlas y que el andamiaje familia y sociedad que sustenta una nación se halla carcomido por dentro y por fuera. Nadie intenta recuperar el ayer. ¿Hacia dónde sin Dios, sin ley, sin destino? (O)