El diablo

Andrés F. Ugalde Vázquez

Lo contaban los abuelos. Cachos, cola y olor a azufre… ¿De quién se trata? ¡Del diablo pues! Ese habitante del infierno, de tanto en tanto, sube a la tierra para acecharnos y sugerir algunas buenas ideas. Yo le tenía miedo, por supuesto, e intentaba dar pelea. No al diablo, sino a mi mal comportamiento que, según la abuela, convocaba al maligno. Y no. No había caso (no lo hay todavía). De allí que, como situaciones extremas requieren medidas extremas, mi abuela decidió llevarme a la iglesia de San Alfonso para ver el lienzo del “Cielo y el Purgatorio”. El mensaje era claro: tenía comprado pasaje al infierno y la cosa se había puesto seria.
Sin embargo, a más de cuarenta años de distancia, debo reconocer que el esfuerzo de la abuela resultó desde todo punto de vista, inútil. Sobre todo, en el área de la fe y el pecado de la pereza. Y aquí es donde el diablo me llevaba una clara ventaja pues, pese a aquello de que “la pereza es la madre de los vicios” yo, personalmente, la consideraba mi pecado favorito. Cuestión cabalmente demostrada todas las mañanas (cuando mentía sin pudor que no había clases) y todas las tardes (cuando mentía sin pudor que no había tarea). Y es que, si Satanás se había atrevido a tentar al mismísimo Jesús ¿Por qué no habría de hacerlo conmigo, que siempre demandé menos trabajo?
Pero los años pasan. Y si del diablo se trata, la vida se ha encargado de presentarme a lo más selecto de sus secuaces. Grandes amigos, tipos decentes que comprenden bien que, esto del pecado no es más que el derroche de nuestros valores más precisos. Que el miedo no existe. Que la perfección tampoco. Que simplemente se trata de hacer con cada día lo mejor que se pueda, no herir a nadie y dar la pelea.
Y si bien mis expectativas por lograr visa al cielo se han extinguido definitivamente, esto de tener la conciencia en paz, por ahora al menos, basta y sobra. ¿El diablo? Pues francamente ya no creo que exista. Y es una pena. Me caía bien…(O)