Dulces

Ana Abad R.

Desde tiempos “de las abuelas de sus abuelas” salen al parque Calderón durante las fiestas del Septenario. Son las nietas de doña Rosita, las más pequeñas, las que ahora le ayudan a elaborar los dulces y me atienden mientras escojo entre todas las delicias que preparan, los preferidos en casa y los voy colocando en una pequeña canasta para que me hagan la cuenta. Es tradicional escucharla que hubo épocas en que cada uno de los siete días que dura el Corpus Christi, luego de la procesión con el Santísimo, se quemaban cuatro castillos, uno en cada esquina del parque, de manera simultánea y cada media hora; que la devoción de la gente era tan grande que la “Catedral se llenaba” porque la Eucaristía era el centro de esta celebración y que los fuegos pirotécnicos, las bandas de pueblo y los dulces eran tan solo parte del convivio social que se organizaba, como expresión del inmenso amor que sentían los feligreses por honrar el “Cuerpo de Cristo” en comunidad y que las bolitas de remolacha y de zanahoria, las roscas, suspiros, quesadillas, cocadas, quesitos de dulce, huevos de faltriquera, higos enconfitados, cortados de guayaba, delicados, dulce de membrillo, bizcochuelos, alfajores, turrones, galletas de maíz blanco son la expresión de la dulzura que sienten los fieles devotos por “el amor divino”, pero que, ahora, “todo es para el turismo”. (O)