Cuando niño, los únicos equipos de fútbol profesional de los que se hablaba eran Barcelona y Emelec. Lejanamente, del Aucas, América de Quito, Liga de Quito, entre otros.
En las zonas bajeras del país, o eras barcelonista o emelecista. No había más.
En la escuela, durante los recreos, nos enfrentábamos barcelonistas y emelecistas.
Si había empate, quedaba pendiente la cuenta. Se retaba para el desquite si había un ganador.
En el estadio “profesional” era otro ritual. Los “duros” de cada equipo, peseta en mano y entre empujones de los demás, sorteaban la cancha. No teníamos camisetas amarillas o azules. Era un entrevero de colores. Los que se dejaban meter el primer gol debían sacarse las suyas. Era un acto de deshonor; pero levantaba el ánimo, peor si los rivales se burlaban.
Nadie apostaba nada. Simplemente se jugaba, y con pelota de cuero. Unos pocos jugadores lucían zapatos de lona. Los más, los de suela; otros “patallucha”. No había árbitro. Tantas veces jugábamos al “mete gol gana”, un desafío que casi no ocurría.
Barcelonistas y emelecistas imaginábamos ser uno de sus jugadores. “Las ilusiones son golondrinas…”.
En el parque escuchábamos los partidos en la radio CRE. Si eran los Clásicos de Astillero, ¡madre santa¡
Ilusamente creo que dos mis compañeros, Ángel “Piojo” Pilco y Luis “Yuqui” Yuquilima, los dos zurdos, eran los Aguinaga de la época. Pero qué…
Un compañero de escuela, Jaime “Gato” León, jugó en el Cuenca. Luego, Raúl “Polito” Román, primero vistió de rojo; luego el amarillo de Barcelona. Entonces, los barcelonistas “sacábamos pecho” ante los emelecistas. Se mascaban las uñas.
Muchos nos dejamos llevar por la “idolatría amarilla”. Cuando Barcelona ganó al invencible Independiente de Avellaneda, en Argentina, tocamos el cielo. Nos reíamos de los emelecistas. Como si ahora se le ganara al Real Madrid en su estadio.
No fui fanático, tanto que ahora gane o pierda el Ídolo me da igual, peor desde que los políticos se pelean para aprovecharse de su popularidad, de esa popularidad arraigada en la clase alta, en la media, ni se diga entre los de abajo, solo que, en muchos casos, se mantienen camuflados, como a tantos se los ha visto en los graderíos del Serrano Aguilar aun vestidos de rojo, rondando la esquina o en el Raymipampa. Otros se declaran hinchas de otros equipos por status social.
Así que, nada de eso de “Mi madre me dio la vida, Barcelona la passsión”. O “solo nos queda Barcelooona”.
Valen contar estos devaneos, ahora que Barcelona (el equipo que “da de comer” a los demás, dicen) cumple un siglo de vida. Aceptaré la tarjeta amarilla o la roja. (O)