Día de la Enfermera

Jorge Durán Figueroa

Vestidas de blanco, están allí. Sus cofias las vuelven inconfundibles. No importa si es de día o de noche. Durante los feriados, los fines de semana, así estén extenuadas, enfermas incluso.

Saben a qué hora ingresar, menos la que deben salir, así hayan cumplido el horario. Qué decir si se presenta una emergencia.

Velan cada dos o tres días. Y no es lo mismo dormir de día que de noche; es más, si pueden hacerlo, Sus ojeras las delatan.

Son las enfermeras y los enfermeros, cuyo Día Internacional de celebró este 12 de mayo, posiblemente ignorado por muchos.

A lo mejor les dieron una flor, dependiendo de si laboran en un hospital público o privado; o también, como es habitual ahora, cuidando ancianos en casas particulares, de ancianos, que, en muchos casos, silenciosamente renegarán de Dios por no recogerlos.

Habrían oído, en el mejor de los casos, una que otra alabanza. Alguien habrá valorado su profesión, sobre cuanto pesan para el equilibrio que debe existir en el campo de la medicina. Ni más, ni menos.

Hasta hace no poco tiempo, se consideraba a la Enfermería como una profesión exclusiva para la mujer. O así se creía al más puro y rancio machismo.

Algo así como que fue creada sólo para las féminas; para los hombres la Medicina.

Aquella es una profesión para la cual se requiere de vocación, de tener amor por el prójimo, más otros valores intrínsecos y espirituales. ¡Qué duda cabe!

Su contacto con el enfermo es constante. Ni bien se sientan ya suena el timbre, cuando no el quejido desesperado del paciente, si sufre de enfermedad terminal con mayor razón, como creyendo que en el lento “goteo” del suero se le va la vida.

Luego de la intervención del médico, los pacientes quedan en manos de enfermeras o enfermeros.

El suministro de medicamentos en las dosis perfectas y a la hora precisa; la preparación de otros; llamarlo si de pronto se presenta una complicación; llevar registros de todo, incluyendo de las medicinas; actuar con suma pericia en el quirófano, en las salas de cuidados intensivos, donde, literalmente, se guerrea contra la muerte, constituyen, entre otras tareas, el “trabajo de hormiga” que enfermeras y enfermeros cumplen, muchas de las veces, incomprendido, no valorado, tratados de manera despectiva hasta por colegas de la misma área médica, creyendo que la jerarquía implica poses de grandeza, y hasta echadas la culpa así no la tengan.

Valga esta columna para saludar a quienes académicamente se prepararon en el área de la Enfermería, y la cumplen inspiradas en Florence Nightingale, considerada la madre de la enfermería moderna. (O)

Lcdo. Jorge Durán

Periodista, especializado en Investigación exeditor general de Diario El Mercurio

Publicaciones relacionadas

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba