Y es que la cultura de la violencia se apodera de un rol transitorio, un rol indivisible con el ser y el parecer.
Está tan incrustado el despotismo, el autoritarismo y uno que otro enrevesado más, visibles a la luz pública que incluso, hasta el buen empoderamiento se vuelve incierto. Ya se veía venir esa ligereza para emitir improperios propios de las manifestaciones intensas o asaltos nerviosos que a la final se traducen en estallidos emocionales, pretensiones y materializaciones de ofensas a cualquier contrario, muchas de ellas mujeres. Triste su naturalización y más triste aun cuando para muchos es motivo de risa y/o activador iracundo.
Nos hemos permitido aceptar y “agachar cabeza” conforme miedos, clientelismos y demás; tanto así que, las voces de rechazo cada vez son más escasas, pero en medio de este universalismo politiquero, aún quedamos quienes rechazamos todo aquello que tenga tinte a hostilidad, el mismo tinte en analogía con la tinta mágica de semanas atrás.
El ejercicio de poder puede ser un arma tan peligrosa como constructiva en términos de disposición de una gama de recursos para ejecutar; lástima que lo primero sea un instrumento contrario a la deferencia cultural que como ciudad nos merecemos.
En fin, patrones hay y dicen que gobiernan con amor; por otro lado, hay quienes gestionan con corazón y ellos, ellos no son ni patrones ni criados. (O)