
Correr es sinónimo de salud, bienestar y equilibrio… ¿o no siempre? Aunque el running está socialmente valorado como un hábito positivo, diversos especialistas advierten que puede convertirse en una conducta compulsiva con efectos perjudiciales para la salud física y mental. A esta situación se le ha denominado “runnorexia”, un patrón obsesivo que lleva a la persona a correr todos los días sin descanso, incluso estando enferma, lesionada o exhausta.
Según Oliver Serrano León, director del Máster Universitario en Psicología General Sanitaria de la Universidad Europea, la runnorexia no es un diagnóstico clínico reconocido, pero sí representa una relación desadaptativa con el ejercicio físico, en la que aparecen síntomas como ansiedad, irritabilidad o culpa si la persona no corre. “Deja de ser un acto de autocuidado y se convierte en una obligación rígida que interfiere en otras áreas de la vida”, señala el experto.
El origen del problema puede estar en la necesidad de regular emociones negativas a través del deporte, especialmente en personas con baja autoestima o alta autoexigencia. Aunque el ejercicio libera endorfinas y puede ser beneficioso, cuando se convierte en la única vía para calmar el malestar emocional, puede derivar en una dependencia psicológica.
Presta atención a estas señales de alarma
Algunos signos que podrían advertir sobre una relación problemática con el running incluyen:
- Priorizar correr por encima del descanso, la salud o los vínculos personales.
- Malestar emocional intenso al no poder correr.
- Obsesión con el rendimiento o las calorías quemadas.
- Justificaciones constantes del comportamiento a pesar de las consecuencias negativas.
“A nivel físico, este comportamiento puede derivar en lesiones por sobreentrenamiento, fatiga crónica, trastornos hormonales o problemas nutricionales, sobre todo si va acompañado de restricciones alimentarias. A nivel psicológico, puede provocar ansiedad, tristeza, aislamiento social o incluso vincularse con trastornos alimentarios o dismorfia corporal”, enfatiza Serrano.
Uno de los mayores obstáculos para abordar esta problemática es que la persona afectada no siempre reconoce el problema. “El deporte está culturalmente asociado a disciplina y superación personal, por lo que es difícil detectar cuando algo aparentemente sano se convierte en fuente de sufrimiento”, explica el especialista.
En estos casos, la terapia psicológica, especialmente la cognitivo-conductual. Puede ser clave para identificar creencias rígidas, desarrollar nuevas formas de gestionar las emociones y reconstruir una relación saludable con el ejercicio.
Serrano enfatiza que el ejercicio debe sumar salud, no restarla. Escuchar al cuerpo, respetar los límites y cuidar también la salud mental es fundamental para que el deporte mantenga su propósito. “Lo importante no es dejar de correr, sino devolverle al deporte su papel como herramienta de bienestar, no como fuente de angustia”, concluye.