Se fue con la sencillez con la que llegó, con la sencillez de los humildes, regando el evangelio a pie, embarrándose con el lodo de calles, barrios y parroquias, a donde antes no llegaron los pontífices. Nunca se subió al trono de pedro, ni vistió con túnicas ni zapatos de colores, porque su humildad era el único trono que tenía. Anduvo de la mano con pobres, ricos, blancos, afros y mestizos, sin distinción de razas ni clases sociales; abrió las puertas del Vaticano, para que toda la humanidad se pueda comunicar, sin importar credos ni nacionalidades. Nunca nos habló como un Papa, sino como un padre o un abuelo sabio, con palabras simples y sencillas, pero que sacuden el alma. Nos hizo recapacitar que el amor muchas veces es incómodo y difícil, pero hay que tener la suficiente capacidad de resiliencia para preservarlo; además de recomendarnos que debemos concientizarnos en preocuparnos más de los pobres, así como de cuidar a los enfermos, a los niños y a los adultos mayores. Predicó siempre con el evangelio, y eso incomodó mucho a los pedófilos y algunos cardenales corruptos, a quiénes combatió frontalmente, tratando de limpiar la casa por dentro; siempre habló con la verdad y pregonó lo que antes nunca nadie se atrevió a decir. Nos recomendó no mirar para arriba, sino para los costados, porque allí se encuentran las personas a las cuales debemos ayudar y perdonar, inculcándonos que el perdón es un derecho divino. La misericordia fue su bandera de lucha, la que enarboló ante tanto migrante rechazado, y a quiénes estimuló indicando que nadie está perdido para siempre. Viajó mucho, se arremangó su sotana y pisó tierras lejanas donde ningún otro papa transitó, y en medio de tanta miseria humana y de miedo, encontró y trasmitió ternura, porque sabía sonreír hasta con los ojos. Abrazó a las comunidades de Gays y LGTB, que siempre fueron marginados, y hablando con voz estentórea proclamó “No a la marginación, peor a la guerra”. Nunca se dio por vencido, y a pesar de sus 88 años, su silla de ruedas y un solo pulmón, actuó como ningún papa lo hizo antes. Hasta siempre Papa Francisco, esperamos que tus semillas sembradas en esta tierra, empiecen a dar sus frutos! (O)
