Hace pocos días circuló una fotografía significativa: varios asambleístas del movimiento Pachakutik (tradicionalmente de izquierda) posaban sonrientes junto a José de la Gasca, ministro de Gobierno del actual régimen, identificado con sectores de derecha liberal. Este encuentro oficializó una nueva alianza legislativa que sorprendió a muchos, sobre todo porque, apenas semanas atrás, Pachakutik protagonizaba un acuerdo con la Revolución Ciudadana, enarbolando la bandera de la “unidad de las izquierdas”.
Para quienes analizan la política como una narrativa lineal de coherencias ideológicas, esta escena puede parecer una contradicción. Pero si invocamos a Néstor García Canclini y su noción de hibridación, tal vez podamos describir una expresión genuina de la política latinoamericana contemporánea.
Canclini entendía la hibridación no solo como mezcla de estilos o símbolos, sino como reconfiguración de lógicas diferentes en un mismo campo cultural o político. La política ecuatoriana, y especialmente la izquierda, vive en ese entrecruce: entre la tradición comunitaria y la racionalidad moderna, entre el anticolonialismo discursivo y la negociación institucional.
La alianza de PK con la RC representaba un gesto simbólico de convergencia histórica: los pueblos indígenas articulándose con una izquierda nacional-popular que durante años fue su antagonista. Pero esa alianza se desgastó rápidamente, tal vez por diferencias estratégicas, tal vez por desconfianzas acumuladas. Ahora, con su acercamiento al gobierno, Pachakutik busca nuevas vías de incidencia, aunque al costo de desdibujar su perfil ideológico.
La fotografía con De la Gasca se inserta en una nueva narrativa: la del poder negociado, la institucionalidad intermitente y la política como territorio en disputa, no solo de ideas, sino también de símbolos. Quizás no sea una traición, como claman algunos, ni una simple táctica, como justifican otros. Tal vez sea, simplemente, una imagen de lo que somos: un país que aún busca articular modernidad y memoria, tradición y estrategia, sin caer en esencialismos. Porque en política, como en cultura, la pureza es un mito. Y la hibridación, una condición. (O)