La situación en Siria experimentó un giro significativo luego de que Bashar al-Assad huyó de Damasco, la capital del país, poniendo fin a más de 50 años de poder absoluto de su familia. Los rebeldes, liderados por el grupo yihadista Hayat Tahrir al Sham, declararon el derrocamiento del régimen en diciembre del 2024.
Hoy, su futuro, enfrenta grandes desafíos: el respeto a las minorías, la reconstrucción luego de una guerra civil de más de una década, el levantamiento de las sanciones económicas, una transición pacífica a un gobierno democrático, considerando que a raíz de su conflicto interno se derivó en una de las mayores crisis de desplazamiento, con una proyección para el 2025 de 7,2 millones de desplazados internos y 6,2 millones de refugiados.
El secretario general de la ONU, António Guterres, consideró la caída del régimen como una «oportunidad histórica» para un futuro de paz y pidió una transición política inclusiva tras el derrocamiento de cara a materializar las aspiraciones legítimas de todos los sirios, subrayando la importancia de permitir que elijan de forma pacífica, independiente y democrática su futuro.
Los Estados Unidos han pedido a las autoridades interinas elegir políticas que refuercen la estabilidad de sus ciudadanos, garanticen la paz con los vecinos, desarrollen la economía y deriven en una cooperación de buena fe con la comunidad internacional. La Unión Europea mantiene el apoyo a las autoridades sirias en sus esfuerzos «hacia la estabilidad», incluyendo la tarea de poner en marcha una justicia transicional y un esfuerzo de reconciliación. Su aliado y vecino, Turquía manifestó que continuará apoyando los esfuerzos por la reconciliación y la paz entre todos los elementos que constituyen la sociedad siria. (O)