Mayo trae días de celebración, pero también indica que nos acercamos al fin del año escolar. Las expresiones más comunes se basan en reconocer cómo vuelan los meses, que quizá este año corrió más rápido que el anterior. Para muchos es también época de preparación: de la Primera Comunión, de las vacaciones, y también de las transiciones de estudios de una etapa a otra.
Se hacen las últimas “Casa Abierta” en escuelas, colegios, universidades y sobre programas de estudios en el exterior. Analizamos la oferta del pénsum, instalaciones, horarios y opciones de transporte; y como estudiantes pensamos cómo nos sentimos y aceptamos ese pálpito para decir “ahí es” o “ahí me veo.” Como padres, imaginamos el horizonte de nuestros hijos cumpliendo sueños y metas. Creo que en todas las etapas se presenta una dosis de nostalgia. Verlos dejar el kínder hace chiquito al corazón porque reconocemos que la infancia toma tintes de una niñez más independiente y con un aprendizaje diferente, donde las matemáticas, la lectura, la escritura y conceptos sociales comienzan a ser parte de su día. Dejan la escuela, y la importancia de colores se reemplaza por investigaciones, ya no se trata de quién tiene una pintura nueva, sino de quién tiene mejor letra. Afianzan sus conocimientos y gustos de la adolescencia. Y claro, se sufre porque como suelen decir “hijos pequeños, problemas pequeños, hijos grandes, problemas grandes”.
Finalmente corresponde esa transición a la universidad. Es dar la razón al tiempo sobre cómo no espera, no se detiene, no nos entiende, y nunca nos previno de cómo todo y todos pasan y se van. En esta etapa, para muchos implica esperanza, aquella de lograr un objetivo para el bien del estudiante, y también la esperanza de que la carrera elegida haya sido la correcta. Y entonces volvemos a pensar en esas transiciones de los años anteriores. ¿Habrá sido la escuela acertada? ¿Fue el idioma elegido el adecuado para complementar su educación? ¿Habremos disfrutado correctamente y juntos cada transición? ¿Resolvimos sus dudas con amor? ¿Acompañamos sus nervios del primer día de clase? ¿Abrazamos sus malos días con cariño y comprensión? ¿Dimos paso a un minuto más de juego y color? No es arrepentirse, sino más bien sentir que siempre estuvimos ahí. Presentes y conscientes. (O)