Hay una enorme falta de responsabilidad cuando se considera mérito personal el poder ganar trabajando lo menos posible, sin hacer nada inclusive. A poca gente le preocupa la calidad de su actividad, y esto no es un patrimonio del sector público porque inclusive en las empresas privadas se observa, con pena, que lo importante es la remuneración, así sea sin servir ni atender bien. La puntualidad se considera una costumbre pasada de moda.
La corrupción permanece imbatible debido a que se considera la posesión de enormes riquezas como el bien fundamental. No ha habido gobierno que haya estado libre de esta lacra social por la que se pierden los recursos económicos que debieron servir para la salud pública, las vías de comunicación, la seguridad social, la alimentación y educación de nuestros niños y jóvenes, en fin, para sentar las bases del futuro de la patria. La corrupción trastrueca los valores en la sociedad al permitir que se considere personas valiosas, por su riqueza adquirida de manera inmoral, a quienes carecen de valores. La corrupción comienza desde el sistema educativo que permite la promoción de estudiantes que saben cada vez menos gracias a sus trampas, a la irresponsabilidad de los docentes, cuando no merced a vinculaciones políticas.
Los dirigentes políticos consideran que su partido es más importante que el país. Que la meta es el triunfo electoral y no la contribución para solucionar las dificultades y problemas del Estado o de un gobierno que no es el suyo. Ningún político, gobernantes incluidos, se acerca a dialogar con el ánimo de ceder, en caso necesario; todos lo hacen con la decisión inamovible de imponer sus tesis o terminar con el diálogo.
En gran parte la carencia de valores se debe a niveles culturales deficientes; a una educación sin instrucción ética; al mal ejemplo en la familia, en la sociedad.
Hay que inculcar en la juventud valores como la puntualidad, la vocación por la excelencia, la curiosidad científica, la capacidad de trabajar en equipo, el orgullo de realizar a conciencia las tareas encomendadas, la honestidad pública y privada y el saber que la riqueza material es deseable sólo si se la consigue por medios lícitos. (O)