La palabra como contrato moral

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En tiempos de discursos veloces y promesas ligeras, sostener la palabra dada se ha vuelto un acto extraordinario. La palabra es más que sonido: es un compromiso, una huella moral que nos define. En la familia, en los negocios, en la amistad y, por supuesto, en la vida pública, honrar lo que se dice es señal de carácter, integridad y respeto.

Hay quienes creen que el olvido es estrategia, que basta cambiar de tema o esperar el desgaste de la memoria colectiva. Pero la sociedad recuerda, observa, evalúa. La confianza se construye lentamente y se erosiona con rapidez. Aunque este texto no busca la confrontación, es legítimo —y necesario— recordar que los ofrecimientos realizados, sean estos en el trabajo, en la familia, en los negocios o, en alguna campaña de algún político, no son adornos retóricos, sino compromisos públicos que deben cumplirse.

El valor de la palabra no se mide en la intención de decirla, sino en la decisión de sostenerla. Porque cuando una promesa se incumple, no solo se pierde credibilidad: se debilita el lazo entre el ciudadano y el poder, entre el individuo y la comunidad.

Cumplir lo que se dice es una forma de justicia. Decir lo que se puede cumplir es una forma de humildad. En un mundo saturado de opiniones, la coherencia entre lo dicho y lo hecho es más elocuente que cualquier discurso.

La palabra, cuando es dada con honestidad, se convierte en un contrato moral. Y los contratos, como los principios, no se rompen sin consecuencias. (O)

Ing. Marco Piedra

Ingeniero Comercial. Doctor en Ciencias Económicas y consultor corporativo. Autor de varios libros y publicaciones científicas. Profesor universitario y director corporativo de un grupo empresarial.

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